ABC (Sevilla)

Septiembre

Dentro de poco, en cuanto caiga el primer chaparrón, pasará por la calle el hombre del cisco

- ANTONIO GARCÍA BARBEITO

SE fue ayer la niña del verano que se adueñó del paseo. Los tocadiscos echaron hacia atrás sus brazos y las agujas dejaron de comer granos sonoros en los surcos de los discos de pizarra. En la memoria de aquello a lo que llamábamos amor quedaban unas canciones —‘Black is black’, ‘Un sorbito de champán’, ‘Yesterday’, ‘Yo soy aquel’—, un olor a Tres Carabelas. Memoria de medio helado de corte, de unas pipas de girasol, de una película en blanco y negro, de los primeros pantalones de remache con chirrín, y de noche, por las bocacalles del paseo, cuando septiembre empezaba a abrir compuertas de fresco cuasi otoñal.

La mañana eran bandos de cuadrillas, unas, con escalera y un macaco al cuello, camino de los olivares; otras, con navaja y la taleguilla del costo, camino de las viñas. La vendimia había llamado a los postigos de los lagares y había que hacerle sitio a la visual lujuria de los racimos, que reposaban esperando turno de pisado como un montón de palomas recién abatidas. En los veladores de los casinos, los que podían permitirse el lujo del ocio. Carretera arriba y carretera abajo, mujeres con una cesta, camino de la plaza o de vuelta de la compra. En los zaguanes de los huertanos, efímeros bodegones: calabazas, tronchos, uvas, papas, moniatos… En la plaza, la tranquilid­ad uniformada de un guardia municipal que mostraba en público una autoridad rara vez usada más allá de cuatro palabras disuasoria­s. Por la calle, bestias que van al campo o vienen del campo. Pasa un pobre pidiendo. Por los casinos, un betunero que se ha hecho paisaje humano de tanto venir, sostiene una colilla entre los labios mientras limpia unos zapatos negros. Metidos a la altura de los tobillos, dos naipes, un siete de oros y un caballo de copas, que el cepillo no manche el pantalón. Y en la escuela –porque todavía no han construido los nuevos colegios, el sonido impagable del aprendizaj­e cantado; a veces, los límites de España: «España limita al norte con el mar Cantábrico…»; a veces, la tabla del cinco: «Cinco por una, cinco; cinco por dos, diez…» Será sábado, porque a la salida de la escuela se ven niños que llevan en la mano un trozo de queso, láctea cuña para frenar la rueda del hambre. Huele a cuadernos nuevos, a libros recién forrados, a tinta, a niñez. Dentro de poco, en cuanto caiga el primer chaparrón, pasará por la calle el hombre del cisco, y las muchachas irán a misa de tarde con un repeluco bajo la rebeca. En la plaza, sobre la que se ha venido la noche como un pájaro, los niños juegan y comen azofaifas. En un corro, ya con cierta desgana, unas niñas cantan: «Viva la media naranja, / viva la naranja entera…» No debe de andar muy lejos tu tristeza…

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