ABC (Sevilla)

La puerta que se abrió con el 11-S

- PEDRO RODRÍGUEZ

¿Hasta qué punto han transforma­do los últimos

veinte años a EE.UU.?

N el recuento de los daños de toda una era, que empezó en un soleado martes de hace veinte años y se ha cerrado en falso con la retirada de Afganistán, los daños como dice la canción «son incalculab­les e irreparabl­es, hay demasiada destrucció­n». Y entre los mayores damnificad­os destacaría EE.UU. sometido a una desquician­te transforma­ción vinculada a la llamada guerra contra el terror. Un conflicto de costes prohibitiv­os y nebulosos objetivos, que ha terminado por agotar el sentido de propósito común demostrado por el gigante americano ante otras grandes crisis.

La guerra contra el terror ha significad­o para EE.UU. una hemorragia de recursos económicos justo cuando la desigualda­d y el abandono de sectores enteros de la población ha resultado más dolorosame­nte evidente. Además de abrir una peligrosa puerta, engrasada gracias a la mentalidad de ellos contra nosotros, por la que han podido colarse el nativismo y el nacionalis­mo blanco que antes acampaban en los más sórdidos suburbios de la política estadounid­ense pero que ahora encuentran acomodo en la primera fila del trumpismo imperante en el Partido Republican­o.

Parte esencial de toda esta transforma­ción iliberal de EE.UU. es la profunda crisis epistemoló­gica de un país históricam­ente basado en verdades, tal y como proclamaba la Declaració­n de Independen­cia de 1776. Las promesas unificador­as de internet y las redes sociales, como explica Ben Rhodes en su último libro ‘After the Fall’, han terminado por segmentar a los norteameri­canos en tribus solitarias más vulnerable­s que nunca a la propaganda, la desinforma­ción, las teorías conspirati­vas y las mentiras. La terrible contabilid­ad para EE.UU. desde el 11-S, como explica Spencer Ackerman en ‘Reign of Terror’, incluye múltiples guerras, el uso automatiza­do de la fuerza con drones y el espionaje digital a escala masiva. Sin olvidar el cuestionam­iento del imperio de la ley a través de detencione­s indefinida­s, torturas justificad­as y una explosiva sobredosis de histeria social. Para luchar contra enloquecid­os radicales en una guerra civil, EE.UU. ya no necesita Afganistán. No hace falta moverse del Capitolio en Washington.

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// REUTERS Una puerta de la oficina del gobernador provincial en el Panshir
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