La puerta que se abrió con el 11-S
¿Hasta qué punto han transformado los últimos
veinte años a EE.UU.?
N el recuento de los daños de toda una era, que empezó en un soleado martes de hace veinte años y se ha cerrado en falso con la retirada de Afganistán, los daños como dice la canción «son incalculables e irreparables, hay demasiada destrucción». Y entre los mayores damnificados destacaría EE.UU. sometido a una desquiciante transformación vinculada a la llamada guerra contra el terror. Un conflicto de costes prohibitivos y nebulosos objetivos, que ha terminado por agotar el sentido de propósito común demostrado por el gigante americano ante otras grandes crisis.
La guerra contra el terror ha significado para EE.UU. una hemorragia de recursos económicos justo cuando la desigualdad y el abandono de sectores enteros de la población ha resultado más dolorosamente evidente. Además de abrir una peligrosa puerta, engrasada gracias a la mentalidad de ellos contra nosotros, por la que han podido colarse el nativismo y el nacionalismo blanco que antes acampaban en los más sórdidos suburbios de la política estadounidense pero que ahora encuentran acomodo en la primera fila del trumpismo imperante en el Partido Republicano.
Parte esencial de toda esta transformación iliberal de EE.UU. es la profunda crisis epistemológica de un país históricamente basado en verdades, tal y como proclamaba la Declaración de Independencia de 1776. Las promesas unificadoras de internet y las redes sociales, como explica Ben Rhodes en su último libro ‘After the Fall’, han terminado por segmentar a los norteamericanos en tribus solitarias más vulnerables que nunca a la propaganda, la desinformación, las teorías conspirativas y las mentiras. La terrible contabilidad para EE.UU. desde el 11-S, como explica Spencer Ackerman en ‘Reign of Terror’, incluye múltiples guerras, el uso automatizado de la fuerza con drones y el espionaje digital a escala masiva. Sin olvidar el cuestionamiento del imperio de la ley a través de detenciones indefinidas, torturas justificadas y una explosiva sobredosis de histeria social. Para luchar contra enloquecidos radicales en una guerra civil, EE.UU. ya no necesita Afganistán. No hace falta moverse del Capitolio en Washington.
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