Gustazos
CCavilando sobre la propuesta del tal Jordi siento irrefrenables
deseos de llamarle
UANDO abro el buzón no sé si estoy ante la boca de un lobo, la cueva de Bin Laden en Tora-Bora o el tubo de escape de una Derbi genuinamente macarra de cuando en este país había quinquis de verdad. Ante un buzón abierto sólo percibo hostilidad, caos, sobredosis de lesivas facturas que muerden mis bolsillos y publicidades coloreadas que me importan un bledo. Pero esta vez, entre la masa arrugada de papeles emergía un pequeño billete rectangular, coqueto, escrito a mano con esmerada caligrafía de Cuadernos Rubio. Parecía uno de esos húmedos mensajes clandestinos que se deslizan los amantes, un cuñado y una prima que pasaba por allí, valga el ejemplo, aprovechando el bullicio de una celebración familiar.
En apenas tres líneas me decían que estaban muy interesados en mi piso y que les gustaría hacerme una oferta cuanto antes. Firmaba el texto un tal Jordi y añadía su teléfono. Imagino que todos los buzones contenían el papelucho del tal Jordi. Como técnica de compra buitre que finge amistad me pareció un tanto zafia. Además, ¿por qué me escribe un tío que no conozco de nombre Jordi?
Una vez cobré una pasta golosona por un trabajo breve y tontorrón. El dinero fácil se marcha igual de fácil, así que salí por ahí a celebrarlo. A las tantas, en un local de bombillas grasientas, mientras sonaba Lou Reed, pude lanzar una de esas frases míticas que algunos siempre hemos querido mascullar: «¡A esta ronda invito yo!» Cierto es que sólo quedábamos siete parroquianos irreductibles, pero el gustazo de escupir esa frase como si fuese un híbrido entre el Fernando Esteso de una españolada y Victor Mature en ‘Pasión de los fuertes’, nadie me lo arrebatará. Cavilando sobre la propuesta del tal Jordi siento irrefrenables deseos de llamarle para, en vista de su absurda confianza, soltarle otra legendaria frase, algo rancia, que todavía no he podido pronunciar, la de «oiga, ¿usted y yo hemos comido sopas juntos o qué?» Creo que le voy llamar. No puedo evitar regalarme otro gustazo.