La imaginación del mundo
Aquiles, en el poema cantado XVII de la Ilíada; El hombre que camina sin esperar un destino después del siglo más cruento; cualquiera de las Variaciones Goldberg presentidas como una oración al buen Dios; el Nº 6 (Amarillo, blanco, azul sobre amarillo con fondo gris) cuya luz es capaz de mostrar el principio del mismo mundo o la soledad libre de Mersault, en El extranjero... Cada instante era suficiente. Bastaba uno solo de nosotros para sentir la dicha de agradecer la vida ante la belleza incomprensible del Arte, entre todo el dolor, entre todo el daño, depredadores de nosotros mismos, y esa era una energía extrañamente viva, lo suficientemente poderosa como para rebasar los límites de un leve sistema solar, tan insignificante como un suspiro entre los confines de un océano poderosamente negro.
Lanzamos las ondas espaciales Voyager I y II, que viajan más allá de las fronteras de nuestro sistema solar con el mensaje más importante del mundo que conocemos y que dice todo lo que amamos y quiénes somos. No hay en este mensaje referencias al Holocausto, ni la inhumanidad de la que somos capaces, ni todo el dolor infligido; decidimos contar lo mejor de nosotros y por eso, llevan consigo a un Glenn Gould sumamente elegante; sonidos de una lluvia silente y las ondas cerebrales de una Anne Druyan de veintisiete cándidos años, una mujer enamorada. El mensaje más importante jamás contado es una historia de amor.
Cada uno de nosotros, hacedores y receptores de ese esplendor, ha sido un motor de inducción desde que nacimos hasta que morimos, reconvertidos igualmente