Pere Aragonès
CONTRERAS
El Gobierno suspende la inversión en El Prat por las contradicciones y la desorientación del nacionalismo
No sabe Pere Aragonès si buscar criada o ponerse a servir; si echarse al monte o conformarse con una «alianza plural para una reforma estructural que garantice la singularidad de los territorios» como la que ayer le propuso Ximo Puig; si darle un ultimátum a Pedro Sánchez o resignarse, como un agente social del montón, a dialogar con Yolanda Díaz; si dejarse atropellar por la CUP o chulear por La Moncloa, si ampliar el aeropuerto de El Prat con los 1.700 millones de euros que le daba el Gobierno o ponerse a jugar con una cometa, que es más sostenible, sobre todo cuando hace viento y tramontana. Incapaz de independizarse de sus propias contradicciones, que van de lo más prosaico a lo más elevado, a la altura de un Boeing, Aragonès ni siquiera es capaz de marcar territorio en el ecosistema de La Ricarda, por donde iban a pasar los aviones del ‘hub’ y del bluf aeroportuario que el Gobierno le iba a poner, como a una viuda un estanco. No llegar a un acuerdo para dar un golpe de Estado y convertir una secesión de leyenda en un sainete folk entra dentro de cualquier cálculo de posibilidades. Pelearse por unas obras domésticas, en cambio, no hace sino poner de manifiesto el creciente problema que el nacionalismo tiene de identidad, aquello de lo que precisamente presumía. Más que una mesa de diálogo, lo que necesita es el diván de un especialista en trastornos de la personalidad del
grupo A.