ABC (Sevilla)

«España necesita consenso social y político a largo plazo»

∑En ‘Volver a dónde’ reflexiona sobre la realidad que nos ha dejado la pandemia, el pasado compartido y el futuro todavía por definir

- INÉS MARTÍN RODRIGO MADRID

Durante el estricto confinamie­nto del año pasado, entre los meses de marzo y mayo, cuando los días, con sus noches, no eran más que una sucesión interminab­le de horas, Antonio Muñoz Molina (Úbeda, Jaén, 1956) se entregó a la escritura. Lo hizo con deleite, sí, pero también de una forma casi obsesiva. No paraba de escribir. Y aquella tarea, tan cotidiana siempre para él, le sirvió para organizar una vida que entonces no parecía tener sentido, para vencer a la negrura que lo envolvía todo, hasta el cielo mismo de Madrid. Con la devoción monacal de su admirado Thomas Merton, comenzó una suerte de diario en el que reflejaba cuanto veía, lo que sentía, sus miedos e inquietude­s. Pero también, y de una forma muy natural, espontánea, empezó a hacer memoria, a echar mano de sus recuerdos familiares, a agarrarse a ellos ante la falta de asidero de un presente incapaz de garantizar el futuro. Con el paso de los meses, esa narración combinada se convirtió en un ‘collage’ literario que tal vez sea uno de sus libros más hermosos y emotivos, ‘Volver a dónde’ (Seix Barral).

—Empecemos por el final. «Este no es el mundo de antes que ha vuelto», dice en las últimas páginas. ¿Qué mundo es este que se nos ha quedado?

—En apariencia, hay una sensación de que las cosas son muy parecidas, pero hay algo que es muy difícil de ignorar, y es la conciencia de lo frágil que es todo y la necesidad de hacer cosas que se vio durante esta crisis que había que hacer y que, probableme­nte, no se van a hacer como habría que hacerlas. Es un mundo muy raro, muy incierto, es un mundo que empezó en el 2001 y sigue.

—¿Todo empezó con la caída de las Torres Gemelas?

—Es algo a lo que le doy muchas vueltas, porque fue hace justo veinte años y lo vi con mis propios ojos. A partir de entonces se impuso una conciencia de la fragilidad. Las Torres Gemelas mostraron que podía pasar lo inaudito en un rato y que la respuesta al ataque terrorista podía ser destructiv­a. Vimos, después de aquello, la invasión de Afganistán. Después, el invento de las armas de destrucció­n masiva y una guerra sin motivo. Luego, la crisis económica, Katrina y todas las cosas que están ocurriendo en cuestiones de medio ambiente. Y, ahora, esto... Estamos en el mundo de la incertidum­bre radical.

—«Es asombroso lo poco que se aprende; y más todavía lo rápido que las personas abdican de la sensatez en cuanto deja de ser obligatori­a», escribe cuando las restriccio­nes se van levantando. ¿De verdad no hemos aprendido nada?

—No, yo creo que se han aprendido muchas cosas y se han hecho muchas cosas positivas gracias a ese aprendizaj­e. Lo que ocurre es que algunas personas son muy irresponsa­bles. Pero tenemos que hacer un esfuerzo completo y no caer en la felicidad ni en la negación, porque son dos cosas estériles. Tenemos que hacer un esfuerzo de precisión. Fíjese lo que han aprendido los sanitarios, los científico­s, lo que ha aprendido todo el que quiera aprender.

—Es que esa es la clave…

—Fíjese cómo la UE ha aprendido de la experienci­a calamitosa de la respuesta a la anterior crisis ahora. Fíjese cómo se aprendió a crear elementos de protección social como los ERTE o el ingreso mínimo vital. Sí se ha aprendido, se ha aprendido mucho. Lo que pasa es que hay mucho más que aprender y hay que ver en qué medida lo que se aprende pasa a la práctica. Ahora que viene esta conquista extraordin­aria que son los fondos europeos tiene que haber un debate nacional muy centrado en cosas concretas y muy marcado por la concordia. Porque otra cosa que sabemos es que los cambios fundamenta­les que necesita nuestro país necesitan un consenso social y político a largo plazo.

—Habla de concordia, justo lo que no ha habido en el último año y medio…

—Ya, claro. Ha habido una concordia civil muy grande entre mucha gente y luego ha habido el circo político, que es una cosa disfuncion­al en España, entre otras cosas, por comparació­n con otros países. Me fui a vacunar en días de mucha bronca política y parecía que eran dos países distintos. La vacunación me produjo una emoción muy profunda. Estaba orgulloso en el sentido más noble de la palabra, no de algo que pasó en el siglo XIV, que está sucediendo ahora.

—En el libro se queja de la clase política, a uno y otro lado del espectro ideológico. ¿Está presa la ciudadanía española de su propia irresponsa­bilidad al haber elegido a esos gobernante­s?

—Bueno, es que es muy difícil, porque este es un sistema muy viciado, en el

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// IGNACIO GIL Antonio Muñoz Molina, en el parque de El Retiro

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