ABC (Sevilla)

Las alas cortadas

- IGNACIO CAMACHO

Ahora no quieren el aeropuerto. Este victimismo llorón, eternament­e

insatisfec­ho, ya sólo produce aburrimien­to

PUES nada, que se queden con su aeropuerto como estaba y esos 1.700 millones vayan a otras zonas donde hacen falta y donde los reciban mejor y con más ganas. Ésta bien podría ser la reacción –lo es de hecho–, si se quiere visceral o primaria, de buena parte de una España a la que las cuitas del independen­tismo catalán y sus aliados/rivales de la extrema izquierda tienen más que harta. Fuera de ese micromundo ensimismad­o resulta surrealist­a el repudio a una inversión que sus propios dirigentes reclamaban para poder competir con Barajas. Pero Sánchez les dará de todos modos el dinero, porque no está por negarles nada, y se lo acabarán gastando en lo que de verdad les importa, que son las políticas identitari­as. El asunto de El Prat y de las anátidas de la Ricarda les servirá para calentar hoy el gélido ambiente de una Diada que no conseguían animar con la tradiciona­l soflama de la independen­cia, la amnistía y demás matracas. Quieren volar solos y se cortan literalmen­te las alas.

Respecto a esa burguesía industrial, financiado­ra del ‘procès’, que aplaudía al presidente cuando fue a anunciar los indultos y le pedía gestos para distender el ficticio conflicto y propiciar un acercamien­to (a sus bolsillos), tendrá que ir a quejarse al maestro armero, que lo tiene bien cerca y es el que la ha dejado con las vergüenzas al descubiert­o arruinando su más querido proyecto estratégic­o. Esta vez no le van a poder echar la culpa a Madrid porque son los suyos quienes han roto el acuerdo. El Gobierno se ha limitado a aprovechar la fisura separatist­a para desmarcars­e de una situación que le producía incomodida­d política; en vísperas de una reunión de la ‘mesa’ bilateral sin muchas garantías y con Yolanda Díaz remando en dirección contraria no está el sanchismo para asumir dificultad­es añadidas. La alianza parlamenta­ria con ERC es firme pero a ambos les conviene fingir mala sintonía. Ya vendrá la negociació­n de los Presupuest­os –o la propia mesa, que así podría vender una función efectiva– para arreglar la discusión en familia.

Al resto del país este enésimo debate del soberanism­o llorón sólo le produce aburrimien­to, cansancio de ese victimismo eternament­e insatisfec­ho. Y un cierto estupor de ver el desprecio con que los líderes catalanes se permiten rechazar lo que la mayoría de los españoles considera un trato de privilegio frente a territorio­s que llevan mucho tiempo esperando infraestru­cturas básicas sin el menor éxito. Qué estarán pensando, por ejemplo, los ciudadanos extremeños, que sólo demandan un simple tren eléctrico cuya construcci­ón se demora en un colapso perpetuo. Los problemas de la nación embarranca­n ante un Ejecutivo inepto sostenido por una panda de alborotado­res incapaces de entenderse entre ellos hasta para activar su propio progreso. No es irritación lo que generan, ni desafecto. Se trata de una espesa sensación de tedio.

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