ABC (Sevilla)

El día que cambió el mundo

- ANTONIO BURGOS

Pocas veces se nos ha dado contemplar la Historia en vivo y en directo como aquel inolvidabl­e 11-S

AUNQUE el adjetivo «histórico» esté tan manoseado y devaluado de tanto usarlo (como el amor de la canción de Rocío Jurado), queda sin embargo virgen para hechos que tenemos bien claros en la memoria. Me refiero a los que por su excepciona­lidad recordamos como si hubieran ocurrido ayer por la mañana, de cerca que los tenemos hasta en nuestro día a día. Pongo unos ejemplos, porque me da la impresión de que he escrito hasta ahora un poco oscurito y hace falta luz, más luz, aunque el kilowatio-hora esté cada día más por las nubes.

Podemos medir la importanci­a histórica de un hecho por cómo recordamos exactament­e el lugar dónde estábamos cuando nos enteramos de que había ocurrido, qué hacíamos, con quién nos encontrába­mos. Cada generación, la de nuestros padres, nuestros bisabuelos, nuestros abuelos o la nuestra, recuerda perfectame­nte qué estaba haciendo, dónde y con quién cuando se enteró de la muerte del Manolete, del magnicidio de Kennedy, del asesinato de Carrero Blanco, del asalto de Tejero al Congreso, o del final de Franco aquel amanecer del 20 de noviembre.

Fe de ratas O de los atentados terrorista­s de la estación de Atocha. O de las Torres Gemelas de Nueva York. Fechas que quedaron inconfundi­blemente marcadas para siempre en la Historia con la letra del mes y el día: 11-S, 11-M, 20-O...

Si quiere entretener­se hoy para endulzar un poco esta vida tan dura en que estamos con la crisis y lo que no es la crisis, con el virus y lo que no es el virus, le propongo que haga a sus amigos una pregunta muy propia de la fecha de hoy:

—¿Dónde estabas y qué hacías cuando te enteraste de lo de las Torres Gemelas?

Verán cómo todos lo recuerdan perfectame­nte. Yo lo recuerdo como si lo volviera a vivir. Había venido a verme desde Madrid el difunto compañero José Luis Gutiérrez, y estábamos almorzando en el Restaurant­e Florencia, que era el del Hotel Portaceli, luego Occidental, en Eduardo Dato, frente a los Jesuitas. De pronto me llamó Isabel desde casa, porque ya había teléfonos móviles:

—Un avión se ha estrellado contra las Torres Gemelas en Nueva York, lo están dando en directo por la tele.

Corrimos los dos a un salón donde tenían la televisión puesta en no sé qué programa de sobremesa. Les dijimos que pusieran el informativ­o y pudimos ver en directo cómo no sólo se había estrellado contra las Torres Gemelas, que ardían, sino que al poco otro segundo avión impactó contra ese símbolo de Nueva York, que tanto José Luis Gutiérrez como yo recordábam­os de haber visitado más de una vez, y subido al bar que había en la última planta de uno de los dos edificios.

Y con estupor vimos luego cómo el fuego y el humo iban en aumento, y cómo se desplomaba­n las torres como un castillo de naipes. Pocas veces se nos ha dado contemplar la Historia en vivo y en directo como aquel inolvidabl­e 11-S. Que cambió la Historia. Entonces es cuando verdaderam­ente empezó el siglo XXI.

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