EL MILAGRO QUE SALVÓ A LOS MÚSICOS DE LAS TRES CAÍDAS
impacto del avión en su gemela. «Yo iba a entrar a una reunión y el cónsul adjunto me dijo que tenía que escuchar el testimonio de un español. Nos quedamos alucinados», admite Cassinello. «Fue el miedo lo que me salvó», contaba Juan Palomanes a Alfonso Armada, corresponsal de ABC.
El sevillano Luis Rojas Marcos, presidente del sistema de hospitales públicos de Nueva York aquel 11 de septiembre, también escapó de la tragedia por minutos. «Estaba en mi despacho, en el World Trade Center, muy cerca de las Torres Gemelas, y cuando chocó el primer avión cancelaron una reunión que tenía. Crearon un puesto de emergencias enfrente de las torres para que los bomberos pudieran comunicarse con aquellos que estaban dentro de los edificios atacados. Lo que millones de personas vieron por la tele yo lo vi en directo. Las imágenes de aquel día se te quedan grabadas, pero también los sonidos, los de hombres trajeados arrojándose al vacío y cayendo en la claraboya del Marriott».
«Entonces tenía un móvil que dejó de funcionar», recuerda el psiquiatra, «así que me alejé buscando un teléfono fijo para llamar al director médico del Bellevue Hospital. Mientras hablaba con él desde el Financial Center, vi cómo se cayó la primera torre». Más tarde, descubrió que ninguno de los héroes con los que había estado en ese puesto de primeros auxilios sobrevivieron.
Veinte años del 11-S
Un trauma palpable
«El impacto fue muy significativo en toda la sociedad. Aquí la idea de ser un país vulnerable no existía antes. Ese sentimiento de invulnerabilidad se acabó con el 11-S. Un detalle muy interesante y muy trágico es que todos los mensajes que grabaron las víctimas fueron despedidas llenas de cariño. No había espacio para la venganza», plantea. «Con todo, el trauma fue muy profundo a todos los niveles. Creamos grupos de unas quince personas donde los testigos iban a desahogarse y compartir sus vivencias». Él mismo agradece poder hoy charlar un ratito de lo que vivió. Ayuda, reconoce.
Jimmy Sanz, propietario del restaurante Tío Pepe y otros tres locales más en el West Village, cuenta a Javier Ansorena, corresponsal de ABC, que, después de ver caer las torres en directo, pasó un mes muy malo. «Se me partió el corazón. Enviaba comida a empresas de las torres y muchos amigos y conocidos fallecieron. Vivimos una época difícil, como ahora con la pandemia. Abrimos por la tarde y fue una pena. Y eso que tuvimos suerte porque el viento llevaba el humo hacia Brooklyn. Pero el olor se quedó mucho tiempo».
Este zamorano, que llegó a Nueva York en 1959, había visto cómo se construyeron los dos imponentes rascacielos inaugurados en 1973. «Me encantaban, siempre que venía alguien de visita le llevaba allí. Menudas vistas».