ABC (Sevilla)

«Nos sentimos traicionad­os por EE.UU., creímos en el cambio, pero nos engañaron», denuncia el director de una escuela

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coche. En el trayecto se pasa frente a la antigua Embajada de Estados Unidos, un lugar en el que los talibanes han cambiado la bandera de barras y estrellas por una enorme bandera del ‘emirato’ pintada en el muro que protege el acceso principal.

Todo aquel que entre ahora en esta legación pasará frente a la ‘shahada’ que reza «No hay más dios que Alá y Mahoma es su Profeta». La que George Bush bautizó como ‘guerra con el terror’ fue la respuesta de Washington a los ataques del 11-S y Afganistán fue su primer campo de batalla. Dos décadas después, la imagen a las puertas de la exlegación estadounid­ense de Kabul es un resumen perfecto de la derrota.

Khair Khana es un barrio de mayoría tayika donde se han registrado algunas de las protestas más importante­s contra los talibanes, que son mayoritari­amente pastunes. Solo hay un puesto de control en uno de los accesos, pero dentro no hay milicianos. Asadullah Kohistany es el director de la escuela Ghulam Haider Khan, conocida como ‘la escuela de la esperanza’ por su gran número de estudiante­s y porque se ha mantenido operativa durante todas las últimas convulsas décadas en el país.

Kohistany se enteró de los atentados del 11-S por televisión y nunca pensó «que fueran a significar el inicio de una nueva guerra» para ellos. «Los ataques de Estados Unidos por aire fueron muy duros para una ciudad que estaba destrozada después de años de guerra civil y gobierno talibán. Me pasé dos semanas sin salir apenas de casa, pero un día salimos y los talibanes se habían esfumado, éramos libres», recuerda el director de esta escuela.

Aulas vacías

Pasea por un recinto vacío. El curso pasado tenía 10.000 alumnos matriculad­os para los cuatro turnos diarios de clases, ahora no saben cuándo arrancará el curso porque «los talibanes no aceptan que las mujeres sean profesoras de niños mayores de doce años y la mitad de nuestro personal docente son mujeres, ¿qué podemos hacer?», se pregunta angustiado.

Las loas y saludos a los líderes talibanes de Wazir Akbar Khan se convierten en críticas en esta escuela en la que el director asegura que se sienten «traicionad­os por Estados Unidos». «Creímos en el cambio, pero nos engañaron –se queja–. Apostaron por los viejos señores de la guerra y les hicieron mucho más ricos de lo que eran, pero la mayoría de los afganos somos ahora más pobres que antes. Si esto no fuera poco, han huido y nos han dejado de nuevo en manos de los talibanes. Son unos traidores». «Los talibanes son los mismos de siempre, pero Kabul ha cambiado y nosotros también. En el anterior ‘emirato’ apenas tenía 200.000 habitantes, hoy somos nueve millones de personas llegadas desde todo Afganistán», señala Kohistany.

En Khair Khana, como en otras muchas partes de la capital, nadie celebrará la llegada del nuevo Gobierno, formado por el ala más dura talibán, con 30 de los 33 ministros pastunes y sin presencia de mujeres. El 11-S une a todos los afganos porque fue la fecha en la que se abrió la puerta a una nueva guerra. Veinte años después la fuerza y la esperanza de los talibanes choca con la impotencia y la falta de futuro de una parte importante de afganos que solo piensan en salir cuanto antes del país.

«El 11-S es símbolo de la invasión y destrucció­n de Afganistán. Eso es historia, ahora llega la paz con el ‘emirato’», dice Haqqani

‘Jamás olvidaré la cara del niño al que estrellaro­n contra

la puerta’ [Pág. 34]

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// REUTERS Un miliciano talibán apunta a manifestan­tes en Kabul

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