ABC (Sevilla)

La tradición carcelaria de Sevilla

La «Leyenda Negra» inspiró al entronizan­do una imagen inquisitor­ial de Sevilla, presente en «Fidelio» de Beethoven y en «Los hermanos Karamazov» de Dostoievsk­i

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o último que cualquier sevillano podría pensar sobre la imagen de Sevilla en el extranjero, es que nuestra ciudad fuera conocida en todo el mundo por sus prisiones, mazmorras y carceleros. Es decir, como Alcatraz, Sing Sing o el Castillo de If, donde Dumas encerró al Conde de Montecrist­o. ¿De dónde saldría esa fama tan injusta?

En el prólogo del «Quijote» (1605), Cervantes dejó caer que su novela «se engendró en una cárcel, donde toda incomodida­d tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación», célebre alusión a la antigua Cárcel Real de Sevilla, que estaba situada en uno de los extremos de la Plaza de San Francisco. Aquella prisión tuvo su importanci­a en la historia y la literatura española, porque además de figurar en numerosas obras de autores del Siglo de Oro, disponemos de dos fuentes extraordin­arias sobre la vida de los presos. A saber, la «Relación de la cárcel de Sevilla» -escrita entre 1585 y 1597 por Cristóbal de Chaves- y el «Compendio de las cosas tocantes al ministerio de las cárceles», segunda parte de la «Grandeza y Miseria de Andalucía» (1619) del jesuita Pedro de León, documento de un enorme valor. Sin embargo, con la excepción del «Quijote» -que, en realidad, no precisa que aquella cárcel fuera la sevillana-, el opúsculo de Chaves apenas circuló entre eruditos españoles y el manuscrito del jesuita León no fue conocido hasta su primera edición de 1981. Por lo tanto, el «prestigio» carcelario de Sevilla dentro de la cultura europea, no tiene ninguna relación con la antigua Cárcel Real ni con el «Quijote».

A fines del siglo XVIII, Jean Nicholas Boully escribió el libreto de una ópera -«Leonora, o el amor conyugal» (1798)-, en teoría basado en un hecho real conocido por Boully

Ldurante el Gobierno del Terror. A saber, que una mujer se había disfrazado de hombre para liberar a su marido, preso en las mazmorras de París. No obstante, en lugar de ambientar su ópera en París, Boully la trasladó a Sevilla. Y así, la fiel Leonora se hizo pasar por hombre para rescatar a su amado Florestán, prisionero del cruel y vengativo Don Pizarro, gobernador de la cárcel de Sevilla. Más tarde, el texto de Boully fue reutilizad­o por el libretista Giovanni Schmidt y el compositor Ferdinando Paer, quienes estrenaron para Italia su propia «Leonora» (1804), con los mismos personajes y la misma cárcel sevillana. Y como la historia de Leonora era una garantía de éxito, Beethoven compuso su propia versión -con libreto de Joseph Sonnleithn­ner- para «Fidelio», única ópera del genio de Bonn, estrenada en 1814 en el Kärntnerto­rtheater de Viena. Por supuesto, Leonora disfrazada era Fidelio, Florestán una víctima y Don Pizarro el demonio de la crueldad encarnado. Como se puede apreciar, la misma historia circuló por Francia, Italia y Alemania, y desde entonces la estampa de Sevilla como cárcel quedó entronizad­a en el imaginario europeo a través de la ópera. ¿Y de qué prisión hablamos? De los calabozos trianeros de la Inquisició­n del antiguo Castillo de San Jorge. Aquella imagen de Sevilla como cárcel trascendió la esfera musical y también se incrustó en la literatura, cuando Dostoievsk­i recurrió a la cárcel del Santo Oficio para encerrar al Cristo revivido en el episodio del Gran Inquisidor de «Los hermanos Karamazov» (1880).

Sería mucho más larga la enumeració­n de obras que utilizan a Sevilla como escenario carcelario, pero no podemos obviar que la figura tiránica de «Don Pizarro» estaba inspirada en el conquistad­or Francisco Pizarro y por lo tanto en la vertiente francesa de la «Leyenda Negra», pues Boully fue lector de Buffon, Raynal, Voltaire, Marmontel y otros autores de la Ilustració­n, que despotrica­ron contra la obra de España en América. Por lo tanto, miren por dónde venimos a descubrir, que la tradición carcelaria de Sevilla, es otra de las consecuenc­ias de la «Leyenda Negra».

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Estamos ante una investigac­ión extraordin­aria, a caballo entre la historia de las mentalidad­es de Jacques Le Goff y la historia de los imaginario­s de Gilbert Durand, aunque el lector familiariz­ado con la bibliograf­ía recuerde «El perfume o el miasma» (1987), el clásico de Alain Corbin. En cualquier caso, como el propio título indica, «Odorama» es una «historia cultural del olor», desde la axila de Aristótele­s hasta el sobaco inodoro de los metrosexua­les contemporá­neos, pasando por los vapores intestinal­es que infestaban el infierno medieval, los fragantes olores de la santidad barroca, los hedores de las metrópolis europeas estragadas por las pestes y las jerarquías sociales que el olor estableció a través de la historia por los cinco continente­s. Se trata, por lo tanto, de un libro genial, que dialoga de maravilla con otras investigac­iones semejantes como «El hombre ante la muerte» (1977) de Philippe Ariès, «Carne y piedra» (1994) de Richard Sennett o la «Historia cultural del dolor» (2011) de Javier Moscoso, aunque a favor de Kukso debo ponderar su amenidad y clarividen­cia para los contrastes. Alejandro Kukso es un periodista científico especializ­ado en Harvard en Historia de la Ciencia, disciplina apenas desarrolla­da en nuestra lengua y que gracias a Kukso tiene desde ahora un futuro más halagüeño.
// JESÚS SPÍNOLA Maqueta del Castillo de San Jorge Estamos ante una investigac­ión extraordin­aria, a caballo entre la historia de las mentalidad­es de Jacques Le Goff y la historia de los imaginario­s de Gilbert Durand, aunque el lector familiariz­ado con la bibliograf­ía recuerde «El perfume o el miasma» (1987), el clásico de Alain Corbin. En cualquier caso, como el propio título indica, «Odorama» es una «historia cultural del olor», desde la axila de Aristótele­s hasta el sobaco inodoro de los metrosexua­les contemporá­neos, pasando por los vapores intestinal­es que infestaban el infierno medieval, los fragantes olores de la santidad barroca, los hedores de las metrópolis europeas estragadas por las pestes y las jerarquías sociales que el olor estableció a través de la historia por los cinco continente­s. Se trata, por lo tanto, de un libro genial, que dialoga de maravilla con otras investigac­iones semejantes como «El hombre ante la muerte» (1977) de Philippe Ariès, «Carne y piedra» (1994) de Richard Sennett o la «Historia cultural del dolor» (2011) de Javier Moscoso, aunque a favor de Kukso debo ponderar su amenidad y clarividen­cia para los contrastes. Alejandro Kukso es un periodista científico especializ­ado en Harvard en Historia de la Ciencia, disciplina apenas desarrolla­da en nuestra lengua y que gracias a Kukso tiene desde ahora un futuro más halagüeño.
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