Todo envuelto en un ambiente entretenido en el que se mezclan vecinos y turistas arropados por una atención cercana
Si nos despedíamos felices de esta página en el mes de julio por el soplo de aire clásico que nos traía la apertura de Salmedina en plena Alfalfa, no menos alegre es nuestra vuelta al tropezar con un «nuevo» tabanco jerezano a la espalda de Dueñas. Porque es noticia que dentro del centro histórico se abran bares con tapas de las de siempre y no esas modernas y homogeneizadas que les gusta a los turistas. La Duquesa – en honor a la ilustre vecina del barrio y a sus querencias flamencas- recupera los aires de los tabancos jerezanos en un local pequeño pero coqueto, en el que una copa de vino se acompaña de fondo con flamenco del bueno, como no podía ser de otra manera.
El espacio se divide en dos zonas. El interior con paredes en blanco y mesas bajas de madera pintadas en un tono verde agua y flanqueadas, a un lado, por fotos en blanco y negro que nos traen recuerdos de rincones, momentos y personajes de nuestra tierra, y al otro, por bases de barriles que ofrecen todo lo que aquí se puede beber: muy buena oferta de vinos del marco de Jerez por copa y algún que otro invento divertido como el «amontijito». Han elegido bien sin darle exclusividad a una bodega o a una zona vitivinícola y conviven El Puerto, Jerez y Sanlúcar. Y así se puede tomar un Pavón de Caballero, un Gobernador de Hidalgo, La Kika de Yuste o un palo cortado de Cayetano del Pino. El exterior con dos barritas pegadas a la pared (como añoramos los corrillos que se hacían en estos escasos centímetros) y una buena terraza con mesas altas – a la que la nueva y bendita tarima da un respiro en calles de aceras estrechas como esta–.
En la cocina, luces y sombras. Lo más normalito- quizás porque es lo que uno busca con más ahínco– son su ensaladilla y sus papas aliñás con melva -estas llegan a la mesa muy frías, pecado capital-. Por el contrario, nos conquistan las croquetas de la abuela Chari, de puchero, contundentes pero muy buenas, aunque nos sobra la base de mayonesa de la que abusan para nuestro gusto para «pintar» muchos de los platos (mismo pero que le ponemos a la ensaladilla, el exceso de mayonesa). Buenos y contundentes sus huevos fritos con papas y jamón, así como la carrillada ibérica con solera, tierna y sabrosísima como no podía ser de otra forma. La abuela Dolores también tiene su plato, las tortillitas de bacalao que sólo por lo poco que se ven en nuestra ciudad vale la pena
VALORACIÓN DEL
Comida
Atención
Ambiente pedirlas (eso sí, y sin que salga de aquí no vaya a ser que alguien se enfade, el partido lo gana Chari). Los
mejillones al fino, frescos, muy buenos de sabor. Quizás un recipiente menos hondo los regaría «a todos por igual» pero lo solucionamos hundiendo barquitos. Se nos antoja un
montadito de solomillo al whisky
que huele desde que viene hacia la mesa. Pan de picos ligeramente tostado, cortado a la mitad, solomillo bueno y salsa suave y cremosa con el que apuramos otra copa de vino. Para la siguiente probaremos sus otros montaditos clasiquísimos: pringá, chorizo picante, gambas ali oli o el piripi.
Todo envuelto en un ambiente entretenido, al que contribuye la agradable terraza, en el que se mezclan vecinos y turistas. Merecida mención especial al servicio, atento y con ganas de agradar y que todos pasen un buen rato, y claro, hasta el punto de que no sabes si son camareros, encargados o propietarios. Y eso es lo que más suma.