La manguera
Me fascina la hidratante manguera que fertiliza con dinero público el hostil secarral para que germinen artes
multicolores
Aquel tipo supo culebrear en el infinito agujero negro de las subvenciones. Once años le duró la bicoca. Estableció algún contacto a base de lloriqueos, conocía a alguien que conocía a alguien. Esquinado y al acecho entre las telarañas del negociado de turno, todas las temporadas le concedían doce mil euros para que presentase la sinopsis de un guion que, gracias a esa dádiva, escribiría para desarrollar una futura película. Once años de sopa boba. Los primeros años cambiaba la sinopsis, apenas un folio. Pero luego, vencido por la pereza, presentaba lo mismo disimulado bajo una leve capa de maquillaje.
Al ser persona de naturaleza austera, sobrevivía el año entero con semejante calderilla. «¿Y qué haces todo el día durante todo el año?», le pregunté. Pues jugaba a las videoconsolas esas de manera compulsiva matando zombis y otros adefesios. Nutría su cuerpo a base de bocadillos de mortadela, a veces de atún (cuando celebraba algo), botes de fabada y lentejas. No me atreví a decírselo, pero con su majadera existencia, a lo mejor se podía elaborar una película de autor plasta o, en su defecto, un cortometraje que luego recibe premios en Finlandia o lugares así. Cuando le arrebataron la subvención anual, entró en cólera. En su delirio igual creía ser una especie de interino-fijo-discontinuo. Me fascina la hidratante manguera que fertiliza con dinero público el hostil secarral para que germinen artes multicolores. Según las informaciones, Cultura pretende regar con fondos europeos a cien afortunados autores. Diez mil euros y dos meses viajando para que los suertudos creadores, esos seres de luz, encuentren musas, inspiración, vivencias, experiencias, arrebatos, rayos C en la Puerta de Tannhaüser. No consta que sufragasen las correrías de Jack Kerouac para escribir ‘En el camino’. De hecho, no recuerdo ninguna obra decente alumbrada por la teta pública. Pero a los futuros asperjados por esta beneficencia, aunque caigan en el ridículo limosnero, que les quiten lo bailado.