El caso del separatista menguante
Se acabaron las unanimidades: abucheos a Junqueras. En la coalición ‘republicana’ vuelan los cuchillos
e dicen que Bilbao está lleno de catalanes. Cada Diada la Cataluña más comarcal y viejuna invade una Barcelona abandonada por los barceloneses: cuatrocientos mil vehículos en estampida. En la calle sobra sitio para aparcar, como cualquier día de agosto. Hace sol y la playa llama.
Hace tiempo que la Diada arrumbó la senyera e impuso la estelada.
TV3 (290 millones que pagamos todos los catalanes) ofrece el menú habitual en la Cataluña secuestrada por el secesionismo: catorce horas monográficas, desde la ofrenda de flores a Rafael Casanova al programa independentista FAQS. El Telenoticias dedica treinta minutos a la Diada y cinco al aniversario del 11-S. El planazo culmina a las 17. 14 horas con el aquelarre fosforescente de la ANC (menos mal que en La1 echan la película alemana sabatina).
Bajo la Rambla hasta el Liceo y luego la remonto. Rumor de helicópteros: entre el caudal humano, abundancia de turistas. Al filo del mediodía aparece el personal de comarcas. Camisetas rosa fosforito de la ANC: «Luchamos y ganamos la independencia». Doscientos autocares componen la excursión: unas diez mil personas.
Además de su aspecto de jubilados satisfechos, les delata el móvil en mano haciéndose ‘selfis’. De la Rambla a Universidad cuento una treintena de excursionistas patrióticos. Pocas camisetas. Más banderas en los souvenirs que en la calle. Las esteladas de los balcones penden descoloridas.
Se acabaron las unanimidades: abucheos a Junqueras. Huele a descomposición en Barcelona y Waterloo. En la coalición de Generalitat ‘republicana’ vuelan los cuchillos. Cuatro años después del fiasco sedicioso, Puigdemont sigue animando a una confrontación poco inteligente. Pero sus conmilitones están tan descompuestos como José Luis Moreno. Clara Ponsatí da un portazo al Consejo de la República, ese engendro
Mperonista nacido muerto. La ministra Sánchez recuerda que quedan veinte días para no perder de forma ridícula los 1.700 millones para ampliar el aeropuerto. ¡Chantaje!, clama un Aragonès menguante. La patronal deplora el infantilismo de Esquerra y la CUP, socio preferente de Aragonès, pintarrajea la fachada de Fomento. El consejero de Sanidad finiquitó las restricciones de la pandemia para que el separatismo pueda campar a sus anchas. Torra homenajea al racista Barrera y la imputada Borràs le pone medalla de oro a la trama sediciosa (’represaliados’ en neolengua). Roger Español exige que la Generalitat no aplique la ley: los gerifaltes nacionalistas aplauden.
Aragonès saca pecho con la república-que-no-existe-idiota. Le amenaza el fuego amigo de la CUP, la ANC, el fugitivo, los ‘burgueses oprimidos’ de Junts… Arranes con hoces y martillos; Jordi Cuixart, salvador de la Humanidad; los CDR; Donec Perficiam (’hasta conseguirlo’ en latín), facción ultra de siete exsecretarios de la ANC; el fascistoide Front Nacional de Catalunya; y los enmascarados.
Bravatas
Muchas siglas, menos tropa. Como cuando no pasaban del 15 por ciento: Sección Samarreta ANC, camisetas con calavera y banderas negras de Donec Perficiam. Todo tan negro como su reputación, que diría Gil de Biedma.
Las huestes de Paluzie arrancan de plaza Urquinaona. Hubieran querido acceder al Parlament, pero el trumpismo asaltando el Capitolio les hizo daño: no mola. Evacúan sus bravatas en la Estación de Francia ante la añosa comitiva. Mientras, en Vía Layetana, los vándalos asedian la comisaría.
El culto excesivo al pasado condena al presente y si este pasado está rebozado de mentiras, el presente deviene en parque temático del fanatismo. Conmemorar una derrota ya es motivo de estudio psicológico; desconocer el porqué requiere tratamiento: sustituir la propaganda por el rigor histórico.
TV3 nunca programará el documental ‘La Diada. Una historia crítica’. Ricardo García Cárcel, Jordi Canal, Albert
Luque, Roger Molinas, Joaquim Coll, Maria Ángeles Pérez Samper, Óscar Uceda, Daniel Rubio y Luis Sorando desmontan las falacias que sustentó el nacionalismo desde finales del XIX.
En 1702 Felipe V inaugura con su esposa las cortes catalanas y jura los fueros. La guerra de Sucesión fue europea, nada de España contra Cataluña: la Francia borbónica contra los austracistas apoyados por Inglaterra. A la oligarquía catalana le convenía económicamente más la guerra que la paz: en 1706 rompen el pacto con Felipe V y apuestan por Carlos de Austria. La máxima esperanza de los resistentes en 1714 era una flota inglesa que nunca arribó: los ingleses habían firmado con Felipe V la paz en Utrecht en julio de 1713…
Con el móvil, no habría pasado. Ahora la ‘flota inglesa’ es Rusia: los ‘diez mil soldados’ de Alay y Boye.
Las clases dominantes del XVIII jugaron sus cartas y perdieron. ¿Celebramos los errores o aprendemos de ellos? De ceñirse a los hechos, el independentismo borraría la Diada del calendario. Si Casanova reviviera, espetaría a nuestros politicastros que se metan el florilegio donde les quepa. Y abandonaría el pedestal de la impostura.
Íbamos de farol, reconoció Ponsatí. El farol se ha tornado macilenta bombilla: de millón ochocientos a ciento ocho mil.
Se ha ido Scully –«por toda esta mierda»–, como se fueron Pasqual o Boadella. Barcelona es una comarca con aeropuerto de segunda.
En un ataque de sinceridad, Colau afirma que el referéndum no toca: el cambio climático y la pandemia son demasiado serios para perder el tiempo en «tonterías».
Y la vida demasiado breve para dilapidarla en la estafa independentista.