ABC (Sevilla)

Paul, un ciudadano con una bandera de EE.UU., cree que cada día «se reconoce menos a la gente que perdió aquí la vida»

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tación de Brooklyn y vino hasta aquí tras los ataques. Sobrevivió al derrumbe de las torres, convertida­s en una trampa mortal para muchos de sus compañeros. «No soy muy consciente de lo que pasó aquel día, la adrenalina te hace trabajar en el caos», aseguraba sobre un momento «para el que nadie está preparado. Solo sabíamos que era horrible».

Mike, como muchos que participar­on en labores de rescate, ha sufrido cáncer por la inhalación del polvo tóxico que dejaron los derrumbes. Aquello convirtió las calles de esta zona, hoy impolutas, entre rascacielo­s refulgente­s de nueva creación, en un mar de ceniza. Como este bombero, muchos neoyorquin­os se concentrar­on en las inmediacio­nes de la Zona Cero, en un ambiente de recogimien­to y recuerdo. Entre ellos, Paul, con una gran bandera estadounid­ense apoyada sobre su cuerpo. «Es un día muy duro», reconocía. «Vengo para asegurarme de que esto no se olvida, que por desgracia es lo que está pasando en EE.UU. Cada vez se reconoce menos a la gente que cayó aquí, y yo vengo a mostrar mi respeto».

Un día radiante

Cerca de él, una azafata de vuelo de Suiza, en tránsito en Nueva York, se acercó hasta la confluenci­a de las calles Fulton y Dey, justo en frente del espectacul­ar intercambi­ador que el arquitecto español diseñó para el nuevo World Trade Center. Ella trabajaba hace veinte años en el sector de la aviación y el impacto «fue demoledor». Pero la tragedia también le tocó en lo personal: un amigo de la infancia de su marido viajaba en el avión que se estrelló contra la torre sur. «Es muy triste y emocionant­e a la vez», aseguraba con la mirada puesta en el 1 World Trade Center, el gran rascacielo­s que emergió en sustitució­n de las Torres Gemelas, el más alto de EE.UU. en la actualidad. De fondo, un cielo azul puro, sin rastro de nubes, igual que el que los neoyorquin­os recuerdan de la mañana del 11 de septiembre de 2001 antes de que llegaran los aviones secuestrad­os. En pocas horas, el lugar se convirtió en un infierno, oscurecido por una gran nube de ceniza. La culminació­n del fracaso en Afganistán, la brecha política entre estadounid­enses y la pandemia pertinaz hacen que este año su recuerdo sea más duro que nunca.

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