ABC (Sevilla)

Divagacion­es por Italia de José María Izquierdo

CASTRO

- ALFONSO CASTRO ES DECANO DE DERECHO DE LA UNIVERSIDA­D DE SEVILLA

Por estas páginas italianas, adornando el relato sin abrumarlo, Izquierdo divaga por el Terzo di Camollìa en medio de los de Siena y sus en una fiesta que parece, pero no es, una mascarada

ES quizá José María Izquierdo el más bello y frágil recuerdo vinculado a la Facultad de Derecho de Sevilla —antiguo alumno y profesor luego— y su densa imbricació­n con los mundos de la creación y la cultura. El Izquierdo de Murube o de Collantes de Terán, más cumplido que este último, muerto más joven aún de lo que murió él, instalados los tres en esa estirpe de diletantes refinados a que tan inclinada es esta tierra nuestra, en que a veces parece más fácil dejarse vivir que vivir y donde desde luego eso cabe aún más en la escritura. El Izquierdo de Cernuda también, único personaje sacado a la palestra de Ocnos con nombre y apellido, gran silenciado­r de cosas Cernuda, sevillanas sobre todo: sevillanís­imo arte, por cierto, ese. Divagantes y malogrados, pero no al estilo del Wertheimer del Der Untergeher de Bernhard aplastado por la presencia cercana del genio castrante, un Gould en cierto modo imaginado, como el Cernuda lejano de Murube, peregrino por los vastos mundos, recordado en estas páginas en 1963 en el hachazo ausente de su muerte. Indolentes y malogrados, el que menos Murube, Cernuda al margen, pero creadores todos: diluidos: productivo­s. Su obra más acabada me sigue pareciendo el conjunto articulado de sus Divagacion­es itálicas, reeditadas en volumen por el Ateneo del recordado Enrique Barrero González en 2007, que cumplen justo ahora un siglo desde su edición originaria en El Noticiero Sevillano, entre el 13 de septiembre y el 20 de diciembre de 1921, tan próxima sin saberlo (¿o quizás sí?) a su propia muerte, publicadas bajo el pseudónimo mitológico de Halcyón, donde sus cualidades como escritor hallan su manifestac­ión más transparen­te y plena: una prosa evocativa, refinada y precisa, afinada con una delicada capacidad de observació­n; vastos y bien abastecido­s intereses culturales, con esa cultura cosmopolit­a tan caracterís­tica del sevillano culto cuando lo es de verdad y una inteligenc­ia aguda a que no dio cabida de modo tan transparen­te en otros escritos suyos, más apegados a la circunstan­cia: la sevillana circunstan­cia, que todo lo apaga. Es en esta y no en su Divagación más celébre por la ciudad de la Gracia que luce un tanto sin ella en un ensayo desigual más interesant­e por otras cosas, que palidece ante textos sevillanos algo posteriore­s, como La ciudad de Chaves Nogales, publicado a la vez que estas crónicas italianas suyas, o aquella Teoría y realidad de la Semana Santa de Nuñez de Herrera, que murió con la misma edad que Izquierdo

trece años después, que es mucho más (y mucho menos) que lo que su título indica, donde sus hallazgos, no oprimidos por la sombra de la ciudad autóctona, vibran del modo más adecuado y más lleno. Han pasado también siete años, un mundo entero en un hombre que no llegó a cumplir los treinta y seis y ahora se nos muestra más maduro, más hecho, menos difuso que en esa obra más célebre por otras cosas que tienen que ver ante todo con el intento codificado­r de la realidad más cercana e inasible: la propia, evanescent­e ciudad.

«Sendas de elección» son, transitada­s en «un orden divagatori­o» (o sea sin orden: un orden sevillano), que lo emparentan, Grand Tour europeo a la española, con Bernardo José Olives, Moratín, Alarcón, Blasco Ibáñez o nuestro Joaquín Francisco Pacheco, una de las glorias decimonóni­cas de la Facultad, que llegó a Presidente del Gobierno (uno de los cuatro nuestros), en que cada cual puede escoger el camino que más le cuadre, siguiendo el secreto de las «vías regionales». Por estas páginas italianas, al tiempo ligeras y como ingrávidas pero preñadas de datos interioriz­ados con una sabiduría que parece brotar de ellas con una naturalida­d sevillana, adornando el relato sin abrumarlo, Izquierdo divaga (más que deambula, como yo prefiero: porque se deambula en las calles, pero se divaga en la vida, y todo eso se nota en la literatura) por el Terzo di Camollìa en medio de los tamburini de Siena y sus figurini, en una fiesta que parece, pero no es, una mascarada; por las concepcion­es substantiv­as de la ratio scripta del Derecho de Roma que, en Bolonia, «ciudad de recuerdos españoles», forman, al arrimo de Irnerio, parte de su tradición espiritual y científica; por la noción misma y el sentimient­o musical del más grande, Dante, universal hijo pródigo, estallando en el homenaje emotivo que le tributa, en el otoño de Rávena, «la mística, la taciturna, la hospitalar­ia», en su Trilogía sacra, el maestro Tebaldini. Toda Italia «es una canción», que alcanza su plenitud en una tarde al viento napolitana. Toda Italia y todo en Italia, bajo el alma de impresione­s impregnada­s, entre la soberana belleza de las estatuas o un barroco «como de receta», vibra con aquella vida palpitante «de la Italia de ahora» (la Terza Italia), que se exprime sintiendo un poco en el corazón «el inefable encanto de las vísperas».

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