«In my opinion»
Vivimos rodeados, asediados por
ficciones. Ya no se trata de la batalla, sino del hipermercado del relato. Cuentan cuentos
y los repetimos nosotros
IVÁN Redondo habla y al día siguiente colapsan Facebook, Instagram y el traductor de Google. Pablo Casado, que ahora mide su popularidad en plazas de toros, se ha montado una convención de microondas, con invitados recalentados y hasta correosos, como un Nicolas Sarkozy en vísperas de imputación o un Nobel que acaba metido en un jardín, diciendo que los latinoamericanos votan mal. Pero no termina ahí el asunto.
Yolanda Díaz diseña su versión 2.0 de la lucha de clases e Isabel Díaz Ayuso viaja a Estados Unidos buscando meterse con uno de su tamaño. Mientras, aprovecha para equiparar el indigenismo con el comunismo y de paso arrearle una coz al Papa por haberse mudado a vivir a los debates coloniales, ¡contra Hernán Cortés se vive mejor! Así que cada quién oficie su propia misa y blanda su sermón, según convenga. «In my opinión…», que diría Redondo, el hombre que fue Sorkin y acabó como cartonero de La Moncloa.
Ya no se trata de la batalla sino del hipermercado del ‘relato’. Es una palabra cursi, manida y sobada hasta el cansancio, pero funciona: no porque ahora se fabule más que antes, sino porque se difunde más rápido. Quien no lo crea que visite el obrador del Instituto Cervantes, que lleva «treinta años creando hispanistas». ¿Será porque los hornean como panes? De momento anda demasiado ocupado su director, Luis García Montero, en llenar la Caja de las Letras como para preocuparse por impulsar el español en el mundo.
Vivimos rodeados, asediados por ficciones. En la vida que transcurre en Twitter, se impone la hegemonía de la ficción. Cuentan cuentos y los repetimos nosotros: ocurre en la política, la economía, la vulcanología, la epidemiología, en el campo informe de la cultura y hasta en el periodismo de gladiadores. Los extremos de esas ficciones se expanden y se polarizan, por eso un catedrático y filósofo como Ángel Gabilondo acaba atado al mástil de una campaña electoral que naufraga o Vargas Llosa se resbala por la jabonosa escalera de la actualidad. No hay lugar para los matices.
Si lo ciudadano devino en una agregación de identidades y el exceso de sentimentalidad transformó el mundo en un agravio perpetuo, también la historia acabó por centrifugar, empujada por la relación problemática e interesada con el pasado. Según a quién o quiénes ofenda, conviene derribar este o aquel monumento, amputar una película o cambiarle el título a un libro. Lo que antes hacían el Estado o la Iglesia, ahora lo hace una tribu. Ya lo dice para sí mismo el Dandini, el sirviente que se hace pasar por príncipe en la ópera de Rossini: «Cuando se acabe esta comedia, ¡qué tragedia deberá comenzar». Y si no lo creen, pregunten a Redondo.