ABC (Sevilla)

La independen­cia y la libertad

- RAMÓN VALDIVIA ES PÁRROCO DE SAN ROQUE Y PROFESOR DE LA FACULTAD DE TEOLOGÍA SAN ISIDORO DE SEVILLA

Considero que hoy el peligro está precisamen­te en que, en nombre de la independen­cia y la libertad, se dejen de proteger los derechos de los más vulnerable­s bajo el señuelo de una unificació­n ideológica

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Lrevuelo mediático que ha ocasionado la carta del papa Francisco a los obispos de México del 16 de septiembre del presente, y que «oportuname­nte» fue retransmit­ida en rueda de prensa por el presidente de la república de México Andrés Manuel López Obrador, sigue provocando un eco en nuestra cultura política. Los defensores del legado español en América, abanderado­s por la Sra. Díaz Ayuso, claman contra la pertinaz visión sesgada de la historia que muestra exclusivam­ente los perjuicios de la expansión atlántica en la población nativa, mientras que, quienes propugnan un revisionis­mo histórico, como el presidente de México, exigen que la cultura contemporá­nea conduzca a la restitució­n cultural de la memoria y de los bienes sustraídos en aquella expansión. Conviene considerar atentament­e esta carta del pontífice en el que alude a la exigencia de la «purificaci­ón de la memoria para fortalecer las raíces, reconocien­do los errores del pasado que han sido muy dolorosos». De esta manera, parece decantarse el obispo de Roma por la tesis de López Obrador, sin embargo, me interesa puntualiza­r algo de este debate secular en tres pasos históricos, siguiendo la pauta que apunta el obispo de Roma, aun a riesgo de dejar abiertos nuevos interrogan­tes.

En primer lugar, me parece que no podemos olvidar cómo fue la Iglesia, y en concreto la Orden de Predicador­es, la que introdujo, ya fuera en la sede universita­ria de Salamanca como en las nuevas provincias de Ultramar, un criterio ético que no se reprodujo con aquella intensidad ni en la vecina Portugal, ni mucho menos en los estados nacionales europeos. El grito de Montesinos, las Leyes de Burgos de 1512, la predicació­n del obispo de Chiapa Bartolomé de Las Casas, introdujer­on una alarma en la conciencia humana que fue ratificada racionalme­nte por los maestros de la Universida­d de Salamanca como Francisco de Vitoria o Domingo de Soto. Esta conciencia, especialme­nte por la predicació­n del sevillano Las Casas, se ha querido relacionar con el origen de la «leyenda negra». Sin embargo, aunque el carácter hiperbólic­o del dominico sevillano le llevara a discutir la totalidad de la acción del emperador, exigiendo la restitució­n de lo robado a los naturales, no por eso debe comprender­se como un aspecto negativo en nuestra cultura contemporá­nea. Todo lo contrario. Si no hubieran estado presentes aquellos hombres en las Indias, auspiciado­s por declaracio­nes de los antecesore­s del papa Francisco que, al llevar el Evangelio, también exigieron la justicia, probableme­nte la concupisce­ncia española se hubiera llevado por delante la cultura original, como ha sucedido en otras expansione­s históricas, especialme­nte británicas, francesas o de los Países Bajos.

El segundo paso de la carta debe entenderse en el contexto de la Declaració­n de Independen­cia. Me parece muy interesant­e la siguiente afirmación, que parece obviarse del debate: «Celebrar la independen­cia es afirmar la libertad». Si miramos la historia, podemos darnos cuenta de que, cuando se independiz­ó finalmente México, los indígenas perdieron los derechos que la Corona española les concedió por influencia de la anterior corriente crítica de los misioneros y universita­rios que he señalado. La nueva clase dominante, los criollos, no compartier­on con los indígenas la libertad que reclamaron frente a España, dejándolos en una condicione­s sociales y políticas aún más desfavorab­les. También refiere la carta a un periodo doloroso del México independie­nte, cuando tuvieron lugar acciones «contra el sentimient­o religioso cristiano de gran parte del Pueblo mexicano», aludiendo a la opresión de la libertad religiosa que dio lugar a la revuelta cristera bajo la bandera tricolor y la guadalupan­a, en la que se vieron afectados los más pequeños y necesitado­s. También el deseo y la reclamació­n de aquella libertad fue circunscri­ta exclusivam­ente para la concupisce­ncia criolla, sin que aquellos naturales, más necesitado­s, recibieran algún fruto de la libertad reclamada.

Y, un último paso, urgente para nuestra cultura. A mi modo de ver debemos distinguir entre la necesaria purificaci­ón de la memoria y el revisionis­mo histórico que propugna López Obrador. La primera, como dice el Papa, tiene el fin de buscar el bien común, la libertad y la reconcilia­ción. El segundo, pretende afirmar la ideología del presente con la excusa del pasado, algo que, lejos de integrar, separa a la sociedad. Quemar banderas, derribar estatuas o censurar expresione­s incluso en sedes académicas, sólo posibilita un mundo más fragmentad­o. Considero que hoy el peligro está precisamen­te en que, en nombre de la independen­cia y la libertad, se dejen de proteger los derechos de los más vulnerable­s bajo el señuelo de una unificació­n ideológica. Por eso, me interesa la discrepanc­ia que valore la dignidad del otro. Quizá no sea posible ponernos de acuerdo en todo, pero sí es necesario al menos que tengamos la libertad para razonar, estudiar, comprender y difundir nuestra visión del mundo.

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