De los primeros años de la democracia. Miquel fue uno de los siete ponentes de la Constitución. Ambos, reunidos en Sevilla en el 50 aniversario del bufete Montero Aramburu, coinciden en la decadencia de la política contemporánea
ALBERTO
La foto tabernaria de Alfonso Guerra con Fernando Abril Martorell en la fragua de la Constitución es un icono del consenso. El PSOE y la UCD con gafas de pasta. El camarero con pajarita. Pero en aquellos efluvios de libertad del 78 hubo una clandestinidad, entonces llamada discreción, tan crucial como la de Isidoro en Suresnes. La Carta Magna española exigía tal nivel de concordia que sólo podía cuajarse en el cuarto oscuro de las concesiones inconfesables. Guerra y Peces-Barba habían previsto un conciliábulo con tres ministros de Suárez para desarrollar los cimientos de la democracia después del franquismo. Y aquella idea derivó en un pacto en el que no faltaba ninguna sensibilidad política. El éxito de la Transición fue el equilibrio en el paritorio constitucional. Guerra se quedó en la sala de espera mientras su compañero Peces-Barba trabajaba en el quirófano de la libertades con Fraga en representación de Alianza Popular, Herrero y Rodríguez de Miñón, Cisneros y Pérez-Llorca de la Unión de Centro Democrático, Solé Turá del Partido Comunista y Miguel Roca Junyent en representación de las llamadas minorías nacionalistas. Eran tiempos en los que el PSOE se estaba rearmando en un despacho de abogados de Sevilla al albur de maestros como Manuel Jiménez Fernández, Clavero Arévalo, Manuel Olivencia oJaime García Añoveros. Unos eran católicos de comunión diaria y otros eran ateos. Pero todos eran intelectuales.
De aquel sustrato salió una generación determinante para la Historia de España. En Sevilla se formó una quinta de abogados de prestigio. José Luis Montero Gómez y Armando Fernández-Aramburu montaron su despacho en 1971. Entonces competía con el de un tal Felipe González. Medio siglo después, aquella disputa se ha convertido en abrazo, por seguir hablando de consenso. Ayer el bufete Montero Aramburu celebró en Sevilla su 50 aniversario juntando en un mismo atril a Alfonso Guerra y Miquel Roca. Sólo faltaba el camarero de la pajarita. La charla se titulaba ‘El consenso en la vida pública. Ayer y hoy’. Como con Abril Martorell, con quien Guerra pactó el texto de la primera ponencia constitucional y mantuvo una profunda relación de afecto personal, el espíritu de hermandad a pesar de las diferencias pululó en el ambiente con Roca, postor de la otra gran arista de nuestro marco jurídico, la territorial. Esa España del abrazo en el mostrador, sin enemigos, tan alejada de la gresca contemporánea, no es una nostalgia. Sigue ahí. Ayer se sentó a debatir en un sofá del pasado y del futuro. De los populismos, del CGPJ, de los detractores de la Constitución...
Roca fue directo al grano, como cuando se sentó por primera vez con los otros seis padres de la Carta Magna y le preguntó a Fraga: «¿Usted cuándo me va a detener?». Para el veterano abogado el consenso está en