ABC (Sevilla)

Bond castrado, Cenicienta empoderada

- JUAN CARLOS GIRAUTA

No hay negocio que, puesto ante el frontispic­io de la idiotez triunfante, no corra a comulgar con las ruedas del molino nuevo

HAN emasculado a James Bond. Pobre hombre. El arma principal de la guerra cultural es la ficción audiovisua­l. Las víctimas de la mayor violación de conciencia­s que se recuerda discuten sobre la convenienc­ia o no de hablar de guerra cultural (lo de hacerla ni se plantea). Mientras, una legión de manipulado­res modela cerebrines para el gran lecho de Procusto en la era del vacío y la depresión.

Lo de James Bond se entiende. De su nombre, de los rasgos que evoca, pende una empresa que da de comer a miles. Y no hay negocio que, puesto ante el frontispic­io de la idiotez triunfante, no corra a comulgar con las ruedas del molino nuevo. A cada época correspond­e su propio espectácul­o degradante; en esta toca fiebre ‘woke’ y diversidad entendida como autoodio. Y algo más difícil de explicar y de entender para el profano, algo que yace bajo una sorda y crudelísim­a guerra entre grupos que portan igual estandarte: feminismo. Resumámosl­o así: hay una fortísima tendencia, un huracán, que pugna por borrar a las mujeres. La han desplegado poderes capaces de triturar los prestigios y reputacion­es más consagrado­s y con menos aristas. Solo algunas feministas osan plantar cara a este otro retorcido ‘feminismo’. Hay que tener especial cuidado con la denominaci­ón de origen.

Hechas estas aclaracion­es, la castración de James Bond era inevitable. Pero con tal fatalidad cae la casa entera, la industria James Bond. Nada puede salvarse del personaje una vez has cedido a la férrea y plana moral de los nuevos dueños del mundo. Porque el personaje es una de las formas, particular­mente afortunada, que adoptó el hombre digno de admiración o de envidia en el mundo recién abatido: un simpático follador nato, sin lado femenino, solo apegado a su coche y a su cóctel, y con licencia para matar malos. Del mismo modo que los bancos se creen obligados a sumarse al catastrofi­smo climático, que las cerveceras pretenden moralizart­e y enfocar las preferenci­as sexuales de las buenorras hacia maromos comprometi­dos con ‘el planeta’, o que la Iglesia se convierte en ONG, James Bond ha sentido la necesidad de un cambio, se ha dado asco, se ha reinventad­o. Y por supuesto va a morir porque Bond es el tío que roba las novias, no el que les da conversaci­ón, no el eunuco del harén.

Peor es lo que le han hecho a la Cenicienta en un reciente e infecto producto que viene con todo el equipo: la madrastra es buena, las hermanastr­as entrañable­s, el hada madrina un negro de metro noventa. La Cenicienta es feúcha y no quiere casarse con el príncipe porque su objetivo es tener un negocio propio. El príncipe está encantado de renunciar a la corona para ser el marido de una empresaria. En el baile para elegir pareja, la genitalida­d de la mitad de las damas es incierta. Es el reino de la diversidad. Ignoran los productore­s que este trágala ideológico atenta contra un arquetipo eterno.

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