Los ‘tocalavas’
El espectáculo televisivo en
las catástrofes es hiriente
EL ‘tolili’ de Florentino es como el huevo de gallina que se ha pasado mil años intacto bajo la tierra de Yavne, en Israel. Hay cosas que se pierden en los cajones del tiempo y reaparecen con una vigencia sorprendente. Pero ningún resto arqueológico es más valioso que la retahíla de insultos del castellano que reposa en el subsuelo de la memoria y, en la mayoría de los casos, lejos del alcance de la Real Academia: abundio, cagalindes, gaznápiro, farfante, julandrón, camastrón, bebecharcos, calientahielos, carajaula, fulastre, mameluco, cenutrio, papafrita, tolai... En mi pueblo se dice uno que, a pesar de que suena burdo, me parece técnicamente insuperable: mamahostia. Qué humillación más exacta. Al tonto sin remedio se le puede llamar de mil maneras, pero el mamahostia está en otra dimensión, es el tonto insoportable, también conocido más amablemente como carajote. Pocos campos semánticos son más precisos que el del improperio. Por eso el nuevo hallazgo dialéctico para definir a un bodoque se ha producido en el dolor volcánico de La Palma. Ha nacido el ‘tocalava’.
Por las redes ha avanzado con mucha mayor velocidad que el magma en dirección al mar el vídeo de un reportero metiendo la mano en la mucosa del volcán para demostrar que está encima de la noticia. El hombre confunde el aforismo de Kapuscinski –«un periodista no tiene que gastar bolígrafos, sino suelas de zapatos»– con el espectáculo al que nos convocó la propia ministra de Turismo. El periodismo escenográfico ha trabucado su esencia en este festival de la desgracia ajena. Estamos en la época del saqueo informativo.
Se ha hecho viral también un vídeo en el que Lydia Lozano, de ‘Sálvame’, le pide a un voluntario que le consiga «gente que lo esté pasando muy mal». El nuevo periodismo no cuenta el tsunami, lo surfea. La noticia responsable es una antigualla. Pero yo creo en ella como en el ‘tolili’. Ya volverá. Porque el paroxismo de nuestra evolución es el ‘tocalava’, que es como el que se tira de un quinto para contar en primera persona lo que siente un suicida y se mata, vaya por Dios.