ABC (Sevilla)

La imagen captada por el árbitro y fotógrafo Ismael Nieto en San Fernando ilustra la facilidad del ajedrez para integrar a personas con las capacidade­s más diversas. Un jugador sordociego participa en un torneo para invidentes

- FEDERICO MARÍN BELLÓN

La mayoría conocemos a Anne Sullivan por el cine. Anne Bancroft y Patty Duke ganaron el Oscar gracias a la magnífica película de Arthur Penn, que debería proyectars­e en los colegios. ‘El milagro de Ana Sullivan’ (1962) cuenta el caso real de una maestra contratada como último y desesperad­o recurso para atender a Helen Keller, una niña que pasó de vivir como un animal a –hagamos una elipsis de muchos años– convertirs­e en la primera persona sordociega con un título universita­rio. La escena del ‘milagro’ todavía estremece, cuando la chiquilla comprende los rudimentos que le permitirán comunicars­e por primera vez en su vida. Es un salto comparable a la invención del lenguaje.

Justo hoy termina en San Fernando un torneo de ajedrez organizado por la Federación Española de Deportes para Ciegos (FEDC) en el que participan José Manuel Martínez Torres y otras 40 personas con distintos grados de discapacid­ad visual. Nacido en 1972, José Manuel padece sordera y tiene una visión muy limitada, por lo que sin ayuda no puede conocer los movimiento­s de su rival. En La Isla cuenta con Claudia Herraiz, que le ‘escribe’ o signa las jugadas en la palma de la mano, gracias al sistema dactilológ­ico. Luego, él reproduce el movimiento en su tablero. Para evitar errores de comunicaci­ón, «la asistente, que casi siempre es una mujer, le coge a veces la mano y ambos mueven la pieza». «Así le queda más claro», explica Ismael Nieto, quien lleva quince años en la ONCE y arbitra todos sus torneos, entre otras competicio­nes.

El ajedrez es el deporte más integrador que existe. Los invidentes pueden practicarl­o sin problemas, entre ellos o en torneos ‘mixtos’. Solo necesitan el citado tablero auxiliar, para palparlo sin molestar al oponente ni derribar las piezas. El sentido del tacto suple el de la vista. «A los mejores se les suele distinguir muy pronto porque tocan poco», cuenta Ismael Nieto. «La imagen está en su cabeza. Los de nivel más bajo necesitan refrescar con las manos». El árbitro lo compara a lo que ocurre con algunos jugadores videntes, como Ivanchuk, que a veces parecen mirar el techo, o a las exhibicion­es de partidas ‘a la ciega’.

Tablero especial

El tablero que usan las personas con problemas de visión tiene los cuadros blancos algo más bajos que los negros y las piezas de este color llevan en su parte superior una protuberan­cia. Un orificio en el centro de cada casilla permite ‘clavar’ los trebejos. «Los modelos son distintos. Muchos llevan el suyo y tienen las piezas pintadas de algún color que distinguen mejor». El reloj, por su parte, ‘canta’ el tiempo restante, que los jugadores pueden escuchar con auriculare­s. Cada ajedrecist­a, o su asistente, dice en alto su jugada para comunicárs­ela al oponente.

No es habitual, pero surgen polémicas. «El caso más típico es que las posiciones en los dos tableros no coincidan. Hay que volver atrás y ver dónde se produjo la discrepanc­ia. No suele ser conflictiv­o», aclara Nieto. Por eso deben registrar sus jugadas, en planillas de distintos tamaños, en braille (en desuso) o con una grabadora. En general, son jugadores más «apacibles», asegura el árbitro, que suelen tener un sentido del humor muy peculiar y necesariam­ente negro.

«El caso típico es que las posiciones en los dos tableros no coincidan. Solo hay que volver atrás y ver dónde se produjo la discrepanc­ia. No suele ser muy conflictiv­o»

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// ISMAEL NIETO Claudia ‘escribe’ en la mano de José Manuel, sordo y ciego, las jugadas de su rival en un torneo de ajedrez
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