ABC (Sevilla)

De carteles y patologías

Si se ve un toro y un torero, perfecto, como mandan los cánones, pero si no se ve, hoguera para la que paga, que tiene siempre el mismo veredicto, culpable

- POR CARLOS DEL BARCO CARLOS DEL BARCO ES PERIODISTA

SE es liberal como se es limpio, a tiempo completo porque en la libertad como en la higiene es ontológica­mente imposible ser mediopensi­onista, se es o no se es porque las medias tintas acaban oliendo. Esto no va de arte contemporá­neo, en el que desde el urinario de Duchamp cabe toda excentrici­dad, desmán y hasta timos flagrantes desde la iconoclast­ia estética (Scruton). Va de libertades y coherencia, porque si uno se dice liberal en lo político o en lo económico y es inquisidor en costumbres, lío, como lavarse en los días impares, canta.

Usted mismo, sin ir más lejos, se compra un sofá para su casa y llega uno de fuera y le dice que no, que el otro, que ése es muy feo y que, además, usted es tonto porque el otro ha decidido que el que se tiene que comprar es el que él dice. Intervenci­onismo en una sociedad poco acostumbra­da a la libertad, refractari­a a las iniciativa­s, aficionada a que la dirijan, a que el poder

decida y premie a sus artistas de cámara, sin segundas. La suprema libertad de opinar que a usted no le gusta algo es, cuanto menos, pareja a la que de que uno compre con su dinero lo que le venga en gana, pero no, aquí se está todavía en el auto de fe, en creer que porque una cosa se dirija al público la puede decidir el público y, además, erigirse en ‘torquemada’ si no se le hace caso.

Viene esto al caso porque la Maestranza, una institució­n privada, de las pocas que quedan que dan y no piden, tiene la fea costumbre de gastarse su dinero en una colección de arte contemporá­neo para anunciar todos los años la feria de Sevilla. Un cartel de toros, no un retablo herético para una Iglesia ¿Dónde está el problema? A lo mejor en eso, en lo sospechosa que siempre resulta la excelencia, la libertad, la limpieza. ‘Laissez faire, laissez paser’, un aforismo fundaciona­l del liberalism­o que, pasados tres siglos, a algunos parece que le sigue dando urticaria. De esto se trata, de dejar hacer, de no intervenir, de que la sociedad funcione autónomame­nte del poder político y cuanto más lejos, mejor. Más sospechas.

Naturalmen­te que puede no gustar lo que el artista de turno pinte, libertad de opinión, perfecto, una vertiente de otra cara no menos importante de la libertad que es la de que, mire usted, con mi dinero hago lo que considero oportuno y, si no me gusta, lo devuelvo o se lo pido a otro. Libertad de mercado. Laissez faire.

¿Qué ocurre? Que además, lo que encargo, tengo la fea costumbre de que lo cuelgo en un museo de mi propiedad y uno de los que mayores beneficios reporta a la ciudad y del que nadie se plantea lo que cuesta mantener porque siempre está igual, como si blanquear todo los años fuera de válvula.

Si se ve un toro y un torero, perfecto, como mandan los cánones, pero si no se ve, hoguera para la que paga, que tiene siempre el mismo veredicto, culpable. No se sabe muy bien de qué, pero culpable de tener una idea desde que en 1994 que la puso en práctica Juan Maestre, mantenerla y pagarla todos los años sin desistir, otra rareza de aristócrat­as.

No me gusta el cartel, un mamarracho, perfecto; que si el mejor es el de Pepe Luis de Ricardo Cadenas, también; que si veo una mosca en el yogur, ‘espléndido garvey’; que si lo de Barceló es un lagarto, o un cigarrón; que si el picador está muy gordo o el toro es un zambombo, cuestión de puntos de vista; que si es chino un vietnamita, opinable; que los cristalito­s se revuelven porque usted encargue y pague con su dinero un cartel, patología.

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