Apocalipsis desencadenado
Una pandemia, una invasión, una guerra nuclear y encima comienza a llover barro. Más que una borrasca, parece una advertencia
HACE una década, el analista y escritor Moisés Naím diagnosticó el fin del poder tal y como lo conocíamos: presidentes acorralados por sus parlamentos; primaveras asamblearias que no consiguieron un nuevo orden ni abolieron el anterior; compañías que se hundían tras las secuelas de la crisis de 2008; gobiernos incapaces de hacer frente a las demandas de sus sociedades y el desencanto de los ciudadanos que salieron a la calle convertidos en indignados. El poder, escribió Naím, se había hecho más fácil de obtener, más difícil de usar y más fácil de perder.
Diez años después, los tropiezos de las democracias occidentales confirman aquellas hipótesis. Demostraron hasta qué punto se había hecho más difícil gobernar, incluso formar un gobierno de coalición o sostenerlo, además de la eclosión de los nacionalismos y el auge de las extremas derechas e izquierdas. La anemia política abrió paso a populismos globales, liderazgos de mala calidad e instituciones carcomidas de las que ya sólo queda la cáscara.
En un nuevo orden en el que ya nada parece duradero, las distopías se encadenan unas tras otras: una pandemia, la caída de Kabul, la reciente invasión y asedio que acomete Rusia contra Ucrania y ante la que las grandes democracias occidentales se asoman como al inicio de una tercera guerra mundial. Pero hay más: tormentas, inundaciones, un volcán, la subida de la energía eléctrica por varias veces su valor así como una inflación de 7,9%. Apenas una década después de aquel tiempo de primaveras árabes, el mundo asiste a una nueva y maligna forma del poder que redefine el mundo.
El control político de la energía, la debilidad de los medios de comunicación ante el poder de las redes (postverdad y metaverso) y la proliferación del populismos, globaliza el Apocalipsis y, encima, comienza a llover tierra. Más que un fenómeno meteorológico asociado a una borrasca, ese barro rojo parece una advertencia: todo puede ir a peor. Y lo hará. En ese mundo capturado por el populismo, ha surgido una variante vengativa y feroz del poder, que imita la democracia al tiempo que la socava y desprecia cualquier limitación.
«Parece que el poder haya estudiado todos los controles concebidos por las sociedades libres durante siglos para eludirlos y, después, contraatacar», escribe ahora Moisés Naím en ‘La revancha de los poderosos’, un ensayo recién publicado por Debate. En estas páginas Naím no retrata al mundo, le pone un espejo delante. La clara eclosión de Vladímir Putin como jerarca implacable de Rusia exhuma los fantasmas y descuelga aquel teléfono rojo con el que Kruschev advirtió a Kennedy que los misiles podían arrasar el mundo de un pestañazo. Llueven bombas sobre Ucrania, cascotes en los despachos europeos y polvo rojo sobre las aceras.