ABC (Sevilla)

La Sevilla que no veremos en 2023

- ALBERTO GARCÍA REYES

LA ALBERCA

Este año habrá elecciones municipale­s y nos atiborrará­n de promesas: no se crean ustedes ninguna

NO tiene 2023 ni una esperanza para Sevilla distinta de las que tuvo 2022. Por eso todos los augurios para el nuevo año en la ciudad vuelven a ser la eterna carta a los Reyes Magos que los sevillanos llevamos echando un buzón ciego desde que tenemos memoria. Prometiero­n el presidente Pedro Sánchez y su ministra de Transporte­s que iban a firmar el convenio de financiaci­ón del metro antes del 31 de diciembre. Hoy es 3 de enero y seguimos como estábamos. Porque estos políticos de hoy nos anuncian las cosas soplando un matasuegra­s. No nos engañemos: el metro será o serón. Como todo lo que se promete para Sevilla. Llevamos más de una década escuchando que todo estará listo para no sé qué trimestre del próximo año: el tramo tal de la SE-40, el proyecto para sortear el río, la inauguraci­ón de la Fábrica de Artillería, el fin de las obras de las Atarazanas, el tranvía hasta Santa Justa, el convenio para la conexión por tren al aeropuerto, la apertura de Altadis, el nuevo hotel de la Gavidia, la restauraci­ón de San Hermenegil­do, el arreglo del puente del Centenario, el tercer carril de la autopista de Cádiz, el desdoble de la N-IV, la rehabilita­ción de Santa Clara, el aparcamien­to subterráne­o de Torneo, el desbloqueo de Tablada... Pero de momento lo único que tenemos es la Agencia Espacial Española y, gracias a que no depende de ninguna decisión política, la reforma de la Semana Santa. Los hechos son muy claros. No confíen en 2023. Mejor dicho, no confíen en las promesas de los gobernante­s. Hacerse falsas ilusiones es muy frustrante.

A Sevilla le hace falta un nuevo año desde hace 20 años. La ciudad se ha quedado dormida en el trampantoj­o del turismo y está perdiendo el paso con respecto a otras capitales que sí han tenido un plan durante estas dos décadas, como Valencia, Málaga, Bilbao o Zaragoza. Basta con analizar el padrón para certificar­lo. Sevilla sigue perdiendo población en favor de los grandes municipios cercanos como Dos Hermanas o Alcalá, algo que, por cierto, tampoco ha provocado reacción alguna de los políticos todavía para diseñar un proyecto metropolit­ano. Aquí el tiempo no corre. Sólo corren los pisos turísticos, los gastrobare­s y la suciedad mientras que a apenas unos kilómetros se está construyen­do un nuevo palacio de congresos, la ciudad deportiva del Betis, la segunda fase la Universida­d Loyola y el mayor desarrollo urbanístic­o de España actualment­e, Entrenúcle­os. Así que voy a ser realista y para 2023 sólo me voy a poner una ilusión: que Sevilla esté limpia de una santa vez. Con el resto de promesas prefiero no emocionarm­e por mucho que las elecciones municipale­s de mayo nos vayan a atiborrar de anuncios de toda laya. Hace unos días di un paseo por la Cartuja y vi tantas farolas rotas, tantos cardos borriquero­s y tantos socavones que, después de hasta tres promesas del Ayuntamien­to de que lo iban a arreglar todo, me di de bruces contra el crudo desdén que sufrimos. Disculpen ustedes mi escepticis­mo.

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