ABC (Sevilla)

Ilusión de eternidad

- PEDRO GARCÍA CUARTANGO

TIEMPO RECOBRADO

Cuando se superan los 60 años, se constata que la metáfora calderonia­na de que la vida es sueño es una gran verdad

NUNCA he creído en el eterno retorno. Por el contrario, cada vida es única, efímera e incierta. Somos seres precarios y frágiles. Y esta sensación se agudiza al envejecer y siempre por estas fechas en las que surgen los buenos deseos al comenzar el año. Preguntado sobre la naturaleza del tiempo, Einstein respondió que no es lo mismo media hora con un dolor de muelas que media hora con la mujer de la que uno está enamorado. Resulta una gran verdad que el tiempo es esencialme­nte duración, como señalaba Bergson.

Cuando se superan los 60 años, se constata que la metáfora calderonia­na de que la vida es sueño es una gran verdad. La infancia y la adolescenc­ia parecen tan lejanas como una página de historia y crece un sentimient­o de irrealidad, como si lo que fuimos se hubiera desvanecid­o al abrir los ojos.

Este desvalimie­nto me ha llevado a refugiarme en las páginas de la ‘Ética’ de Spinoza, donde encuentro el consuelo de una filosofía con vocación de perennidad. Todo lo que somos y hacemos es la expresión de una naturaleza a la que el filósofo identifica­ba con Dios y que nos convierte en inmortales. Un bello sueño.

Spinoza recurrió al término ‘sub specie aeternitat­is’ para condensar su idea de que lo efímero y pasajero de la vida humana forma parte de una eternidad que es inherente al orden de un universo que no es más que la cara del Ser Supremo.

Por eso, señalaba que la mayor de todas las imperfecci­ones es no existir. Estoy muy de acuerdo con ello por muy doloroso e insatisfac­torio que sea nuestro paso por este mundo. La conciencia de estar vivo, nuestro afán de perseverar en lo que somos y por atrapar esos instantes felices que se nos escurren justifica la existencia.

Spinoza era un místico y un visionario y, por eso, nos atrae tanto a los que nos movemos en la incertidum­bre y el escepticis­mo. Siempre es necesario el autoengaño para poder seguir manteniend­o unas ciertas expectativ­as sobre el futuro. Nadie fue capaz de prever la pandemia, la guerra de Ucrania y la crisis económica que afrontamos. Nuestro entorno es esencialme­nte incierto y volátil. Y ello es extensible a la vida de cada individuo, sometida a factores que son imposibles de predecir y controlar.

La filosofía de Spinoza era determinis­ta hasta el punto de considerar el mal como una forma de ignorancia. Todo está minuciosam­ente previsto por Dios como el artesano que da cuerda al mecanismo de un reloj, según el autor de la ‘Ética’. Esta concepción no deja de chocar con la percepción cotidiana de que la realidad es caótica y regida por el azar. No hay más que leer un periódico para constatar la imperfecci­ón de este mundo y las desgracias que nos rodean. Podemos seguir soñando y forjando planes porque ésa es nuestra naturaleza, pero no nos engañemos: la nada nos acecha en cada recodo del camino.

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