ABC (Sevilla)

A pena de muerte; los últimos ejecutados de Sevilla

¿Falso culpable?

- SILVIA TUBIO SEVILLA MEDIO SIGLO DESPUÉS

Hay crímenes que entran en la historia por la especial crueldad de los hechos cometidos, por el impacto social que causaron en la época o porque acabaron formando parte de la efeméride local debido a circunstan­cias completame­nte ajenas. Lo acontecido en la madrugada del 2 al 3 de noviembre de 1959 en el hotel Cecil-Oriente de Sevilla habría sido clasificad­o como un burdo intento de robo que acabó mal, con un policía muerto de un disparo. Pero los dos condenados por estos hechos fueron ajusticiad­os mediante garrote vil. Nada hacía presagiar en 1960 que serían los últimos presos de Sevilla que serían ejecutados por un procedimie­nto que no fue suprimido hasta el fin de la pena de muerte con la Constituci­ón de 1978. Por eso el atraco del hotel Cecil es historia de Sevilla.

Volvamos a las dos de la madrugada del 3 de noviembre de 1959. Dos individuos que ocultaban sus caras con pañuelos como los forajidos de las películas, se colaron en el hotel Cecil-Oriente, un establecim­iento que ya no existe en la ciudad y que abrió sus puertas durante décadas en la Plaza Nueva. A esa hora, los ladrones sólo se encontraro­n en la recepción con dos trabajador­es: el conserje y el mozo de equipajes. Uno de los ladrones cargaba un subfusil con el que amenazó a los empleados. Momentos antes los delincuent­es habían sido vistos por trabajador­es del contiguo hotel Inglaterra.

No fue el único error que cometieron los ladrones. Al entrar al hotel, se dejaron la puerta abierta y sin vigilancia.

Eso facilitó que varios de esos testigos que les habían seguido los pasos, entraran para ver qué estaban haciendo esos individuos sospechoso­s y los vieran en pleno atraco. Uno de los empleados del hotel Inglaterra salió en busca de la entonces Policía Armada. Por la zona estaba la pareja compuesta por Julio Pérez Fuentes y Maximino Vaquero Márquez. El primero fue el que se adentró en el establecim­iento mientras su compañero custodiaba el exterior.

Según relata un artículo publicado en ABC el 16 de diciembre de 1959 y del que han bebido todos los periodista­s que han traído al presente este caso, Julio Pérez, pistola en mano, accedió al patio donde estaba la recepción del hotel y al darle el alto a uno de los ladrones, éste respondió disparándo­le un único disparo que le entró por un costado y le alcanzó el corazón. Murió en el acto. Los dos ladrones salieron huyendo y ya en la calle se perdieron por vías diferentes.

Sin noticias durante las semanas siguientes, a principios de diciembre unos niños que jugaban en la muralla de la Macarena encontraro­n el arma, que había sido ocultada en un hueco tapado con un ladrillo y yeso. Al tener el arma del crimen, los agentes supieron que era la misma que se había robado de un destacamen­to militar del aeropuerto de Sevilla.

Lo que no está tan claro es cómo los agentes pudieron conectar ese arma con los dos individuos que acabaron siendo detenidos. Según la informació­n aportada por la Policía, la muralla de la Macarena era zona de encuentros de homosexual­es y después de varias redadas, los policías llegaron hasta un individuo que señaló al mismo mozo que estaba dentro del hotel la noche del atraco.

Siguiendo con esta versión, ese mozo, que se llamaba Antonio Delgado, fue interrogad­o y acabó diciendo que en cierta ocasión le había contado a un conocido, de nombre Rafael Romero Peña, que el director del hotel solía guardar una importante suma de dinero a principios de cada mes en su despacho.

El periodista asegura que se desconocía si dicha revelación fue relatada de manera intenciona­da o casual, pero llevó a la Policía hasta este individuo, de oficio pintor, que acabó confesando la participac­ión en el atraco y el asesinato de la Policía. Además, señaló a otro

En mayo de 2016, la periodista Aurora Flórez entrevistó al sacerdote que asistió espiritual­mente a los dos condenados momentos antes de acceder al cadalso. Monseñor Camilo Olivares reconoció que al tener delante a los dos presos dudó de que pudieran ser los autores de ese crimen. Estas declaracio­nes, casi sesenta años después, ofrecieron una nueva perspectiv­a.

La madrugada del 2 al 3 de noviembre de 1959 una chapuza de robo acabaría pasando a la historia de Sevilla. La sentencia fue

individuo, Rafael Pino Cordón, alias Caraperro, como su compañero. Los dos fueron sentenciad­os a muerte por un consejo de guerra del que apenas trascendie­ron datos a la prensa, tan sólo el veredicto final y los cargos: ataque o intimidaci­ón con arma de fuego en ocasión de robo y con resultado de homicidio. También fueron sentenciad­os a doce años de prisión el mozo del hotel como cómplice y un soldado al que responsabi­lizaron de dar el arma a los ladrones. A él le cayeron 30 años. El 20 de febrero de 1960, apenas tres meses después de los hechos, los dos ladrones fueron ejecutados a garrote vil.

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Exterior del hotel Cecil, que estaba situado en la Plaza Nueva
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