ABC (Sevilla)

Miles de peregrinos entran en San Pedro para dar su último adiós a Benedicto XVI

▶ La Reina Sofía presidirá la delegación española que acudirá al funeral del Papa emérito el jueves Ratzinger será enterrado en la tumba que usaron Juan Pablo II y Juan XXIII

- JAVIER MARTÍNEZ-BROCAL CORRESPONS­AL EN EL VATICANO

La Reina Sofía presidirá la delegación oficial española para los funerales de Benedicto XVI del próximo jueves. Aunque no se trata de un funeral de Estado, ya han anunciado que también asistirán a la ceremonia los reyes de Bélgica y el presidente de Polonia. La madre del Rey estará acompañada por el ministro de la presidenci­a Félix Bolaños, como responsabl­e de las relaciones con la Iglesia, y la embajadora de España ante la Santa Sede, Isabel Celaá.

En las próximas horas, el Vaticano dará a conocer detalles de la inédita ceremonia de este jueves en la plaza de San Pedro, en la que por primera vez un Papa celebrará el funeral y el entierro de otro Papa. Por ahora, solo han avisado de que no será necesaria invitación y podrá asistir todo el que lo desee.

En Roma sorprendía ayer la afluencia de peregrinos en el primer día en el que se abrió la capilla ardiente del Papa emérito. La prefectura de la Ciudad Eterna calculaba que llegarían unas 35.000 personas, pero a las siete de la tarde, cuando se cerraron las puertas, ya habían entrado 65.000.

Aunque la gran afluencia se debió en parte a la presencia de turistas en Roma en estas fechas, no cabe duda de que muchos han hecho las maletas para dar personalme­nte un último adiós al Papa emérito.

Uno de ellos era el madrileño Jesús, de 32 años que conoció a Benedicto XVI durante la JMJ de Madrid, en agosto de 2011. «En una misa me dio la comunión. Era el peor momento de mi vida, y ese cruce de miradas me cambió la vida», aseguraba ayer en Roma. «Cuando lo miré vi una persona que había desgastado su vida entregándo­se a los demás, y eso me impactó mucho», cuenta a ABC. Decidió tomar un avión a Italia a primera

El portavoz del Vaticano, Matteo Bruni, confirmó ayer que Benedicto XVI será enterrado en la misma tumba que se utilizó en 2005 para Juan Pablo II y que quedó vacía en 2011 cuando sus restos fueron trasladado­s a la zona principal de la basílica.

Se trata de una tumba cubierta con una gran placa de mármol blanco, sobre la que se escribirá el nombre Benedicto XVI. hora del lunes y aunque no podrá quedarse al funeral, está convencido de que valió la pena.

La capilla ardiente estará abierta hasta última hora de mañana, y hasta ese momento podría decirse que la basílica de San Pedro se transforma en la basílica de Benedicto XVI.

La primera peregrina

Cuando minutos después de las nueve de la mañana se abrieron de par en par las puertas del templo, una religiosa asiática que llevaba esperando en la plaza desde poco después de las seis de la mañana se convirtió en la primera peregrina que rezaba ante el catafalco de Benedicto XVI.

En ese momento, allí rezaban conmovidos

Cuando Karol Wojtyla fue beatificad­o, en mayo de 2011, se decidió llevar sus restos a la planta principal de la basílica para facilitar que pudieran visitarlo los peregrinos, y desde entonces esa tumba quedó libre.

Antes había sido utilizada por el Papa Juan XXIII, fallecido en junio de 1963. También sus restos fueron llevados a la basílica cuando fue beatificad­o en el 2000. en primera fila Georg Gänswein y seis colaborado­ras directas del Papa emérito –las cuatro laicas consagrada­s de Comunión y Liberación que atendieron su casa estos años, y dos religiosas que se ocuparon de su secretaría–. En segunda fila estaban el médico de Benedicto XVI, Patrizio Polisca, uno de los enfermeros del Papa emérito, y otros sanitarios que lo han atendido estos últimos meses.

Benedicto está recibiendo honores de Papa en su capilla ardiente, pues junto a sus restos hay dos guardias suizos en posición de firmes. Se trata de un cuerpo militar reservado exclusivam­ente a los pontífices.

Sus restos fueron trasladado­s directamen­te desde el exmonaster­io en el que residía hasta la basílica de San Pedro. El Papa emérito fue trasladado en coche fúnebre, y un puñado de colaborado­res lo acompañaro­n a pie.

Con gran discreción, tal y como Benedicto vivió sus últimos años, quince minutos más tarde llegaron a una entrada lateral de la basílica, la ‘Porta della Preghiera’, la ‘Puerta de la Oración’. Allí lo recibieron quince ‘sediarios pontificio­s’, cuerpo protocolar­io del Vaticano presente en las visitas de Estado y que en el pasado se ocupaba de llevar la silla gestatoria.

Sus restos entraron en el templo pasando justo bajo el gran monumento fúnebre que Bernini realizó para Alejandro VII, en el que esculpió a la muerte que se asoma bajo un manto de jade. El esqueleto de mármol muestra un reloj de arena al entonces papa para avisarle de había llegado su hora.

En el interior lo recibió el cardenal Mauro Gambetti, arcipreste de la basílica. Y mientras el coro entonaba la letanía de los santos y repetía ‘Ora pro eo’ (ruega por él), los restos fueron llevados ante el baldaquino que señala el lugar exacto donde está el sepulcro del primer apóstol.

Los peregrinos están haciendo entre una y dos horas de fila para llegar a este lugar. Se acercan en silencio, sin lágrimas. Unos vienen por curiosidad. Otros, para darle las gracias, confiarle una intención de oración, o decirle adiós. Se mueven con respeto. A veces se escucha de fondo un rosario improvisad­o o una misa en alguna de las capillas. Las coronas de flores se quedan en la sacristía, pero uno de los peregrinos dejó una rosa en la barrera.

Cuando están cerca de los restos, después de haber recorrido la nave central, muchos alzan los móviles para enviar una foto a sus conocidos. «Avanti, avanti» («Adelante, delante»). La Policía vaticana no permite que nadie se detenga casi ni para santiguars­e.

«Gracias, porque fue un regalo para la Iglesia», se escucha a lo lejos de un sacerdote que reza con un grupo de peregrinos en una de las capillas.

Los fieles hacen entre una y dos horas de cola para llegar hasta el cuerpo de Benedicto XVI. Se acercan en silencio y sin lágrimas

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Grupos de peregrinos, ayer, en la cola para entrar a despedirse de Benedicto XVI // EP

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