Un callejón del gato en la Feria de Abril
En el escenario de la fiesta se citan los políticos atraídos por la seducción fotográfica de un paisaje de colorín y fondo de pueblo llano
ES curioso cómo un lugar de naturaleza efímera puede convertirse en epicentro del debate nacional. La Feria de Abril es en estos días un extravagante plató televisivo donde se dirimen los temas candentes de la actualidad. Allí se citan todos los días los políticos atraídos por la seducción fotográfica de un paisaje de colorín y fondo de pueblo llano. Las casetas parecen haberse metamorfoseado en urnas de cartón piedra donde se entrena para la inminente campaña electoral.
En los últimos años la Feria de Abril ha dado mucho juego como escenario de las guerras políticas. No hay más que recordar la feria de las vanidades del año pasado con Macarena Olona ensayando la pasarela folklórica como rasgo de su presunta identidad andaluza; o las luchas intestinas de la izquierda resueltas con el icónico paseo por el Real de Yolanda Díaz e Inma Nieto.
Sin olvidar las logomaquias y lances entre los candidatos del PSOE y el PP, conscientes de lo que se jugaban en este insólito torneo político sobre el albero.
Siempre me ha desconcertado que en la Feria de Abril se pueda entablar una conversación con trascendencia entre tanto ruido, pero el caso es que se sellan pactos y también se hacen negocios para vivir el resto del año. Es lógico, porque no hay más que recordar que el origen de la fiesta se remonta a una recreación impostada de lo que fueron las históricas ferias comerciales del pasado. Así que en nuestro vertiginoso y frívolo presente no es raro que el ferial sirva para seguir negociando con mercancías, con ganado político o con palabras vanas que se llevará el viento. A fin de cuentas, es un escenario fantástico para lanzar los frágiles lemas de campaña y las retocadas fotos de cartel, aunque se esté dibujando algo tan serio como el futurible mapa del poder.
En realidad, estos duelos entre el humo de la fritanga, las boñigas de las jacas y el olor de las garrapiñadas no son más que una metáfora de este tiempo de ruido y urgencias. Una época en la que todo se despacha con rapidez y superficialidad para que así se olvide pronto. Aquí no importa separar las voces de los ecos, como recordaba Antonio Machado. Pero cuidado, porque este estrépito de música de sevillanas, de albero y charcos de manzanilla también puede provocar una versión distorsionada de la realidad. En toda feria hubo siempre atracciones de espejos deformantes y ya hemos visto ciertos reflejos esperpénticos en el callejón del gato de nuestra fiesta.
Sin embargo, habría que recordar que, pasado el festejo, este recinto volverá a convertirse –como advertía Góngora sobre la belleza– en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada... Como muchas de las conversaciones en clave de promesas que se mantuvieron en estos días de fiesta, amable despreocupación e indolencia.