«Venga, Pedro, sácame a bailar»
TIRO AL AIRE
La verbena es la identidad común que nos une y nos permite, ese rato, ser felices, que era lo que estipulaba la Constitución de 1812
TODOS sabemos cómo funciona una verbena de verano. A primera hora, ya de noche pero aún casi de día, la pista se llena de abuelos. Se mueven lentos, cogidos, como se baila el pasodoble. Con la añoranza de otros tiempos y la picardía de seguir en estos. Con la ilusión de enseñarle dos pasos al nieto. «Esta es la primera pieza que bailé con tu abuelo». El crío no entiende nada, pero le hace gracia el compás. El ritmo. Le atrapa la esencia de la verbena.
A ti también te pasa. En esa edad entre los abuelos y los hijos, cuando suena ‘Paquito el Chocolatero’ se te van los pies, aunque no te gustan o crees que no te gustan o no quieres que te gusten los pasodobles. Pero son cultura de tu país. Cuando se acaba la tanda, la orquesta se arranca con las grandes folclóricas y tú adelantas estribillos y acordes y tu cuerpo concluye que hay que dejarse llevar. Otro trozo de España que te sale de dentro. Lola Flores, Rocío Jurado… Avanzamos con José Luis Perales, con Julio Iglesias. Llega ‘Mi gran noche’. Estalla el sentimiento intergeneracional. Ya no se baila por parejas, sino en grupos y estos se van ampliando. El ritual se repetirá horas más tarde cuando termines intentado bailar reguetón, aunque lo detestes, con los adolescentes. Sí, también se asoman por las verbenas. Lo saben las bandas y por eso sus repertorios, antologías sociológicas, son bises intergeneracionales. Los temas se repiten cada noche bajo banderines y noches estrelladas. Atrezo eterno, siempre de moda. Del pasodoble al rock aguantas sin quejarte. Es más, lo pasas bomba. Porque a eso se viene a la verbena. A compartir los gustos de todos, sabiendo que de lo tuyo igual no ponen nada. Pero lo aceptas porque las verbenas son fiestas de mayorías. Aquí no se viene a escuchar a tus artistas preferidos. Para eso te vas a un concierto y sueltas una pasta. Pero en la verbena no se paga entrada porque ya la hemos pagado todos. Por eso la verbena es la identidad común que nos une y nos permite, ese rato, ser felices, que era lo que estipulaba la Constitución de 1812, ‘la Pepa’, que debía ser el objetivo del Gobierno. Por eso, esta fiesta es uno de los artefactos más precisos de las democracias mediterráneas. Porque nos recuerda que sí sabemos disfrutar en sociedad, que sabemos ser la parte en el todo. La verbena es el espacio-tiempo intersocial. Un sitio donde el cubata se sirve en vaso de plástico –de tubo, por favor– y no hay palcos ni reservados. En ella el político de turno es uno más y nadie va a darle la chapa, porque todos saben que no es momento de pedirle ni de reprocharle. Si viene al caso, al contrario, darle las gracias por algo. Brindar. Pedirle que sea tu pareja en el pasodoble: «Venga, alcalde, sácame a bailar».
Leo en la prensa que Pedro Sánchez no se acerca ni a una fiesta popular. Será por si no se lo piden. Él sabrá lo que está haciendo con nuestro espíritu verbenero.