ABC (Sevilla)

Cielo de farolillos con algunos claros

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ballos en ebullición. Solo hasta las seis de la tarde no entró el bullicio anunciando el mogollón de la víspera de festivo. Fue un oasis en el desierto de esta feria de récords que despertaba la nostalgia de las tardes tranquilas de antaño. Todo lo que está fuera de sus cánones amenaza con una mala vejez a esta Feria madura de Los Remedios, que dicen que por este abril cumple sus cincuenta años.

Porque las miserias de la Feria del abanico, heredadas de la bendita ciudad que la parió, no se quedan en ese alumbrado que se corta a las tres de la madrugada y que tiene acongojada­s a las freidoras industrial­es, porque data de la época en las que las madres llevaban los filetes empanados del almuerzo en la fiambrera. También se ve en las colas de ese metro que sigue como Pinito del oro, sin red; en el colapso de los accesos, en la peleas para pillar taxi en la retirada. Está en el botellón

El Ayuntamien­to informó ayer que «la recolocaci­ón de los farolillos avanza hasta el 80 por ciento y hoy se completará en todo el recinto». En su comunicado justifica el retraso en que «cuando llueve hay que dejar pasar un día para que el albero esté seco y no se dañe por la entrada de las máquinas. Y sólo es posible hacerlo unas horas por la mañana». que persiste, aunque el Ayuntamien­to crea acabado el fenómeno porque localiza coches ‘nodrizas’ de manzanilla, según esa nota diaria del Cecop que cada vez se parece más a un parte de guerra del Pentágono.

Todo eso pasa, aunque no se cuente, en el real de la Feria. Si nos paramos en el irreal, que es el envés del espejo de la fiesta, el magnífico teatro de sus vanidades, entonces todo es más elocuente. Esta feria exuberante es de las más tiesas. En la caseta de los poetas han puesto en el jamón un letrero para que nadie se llame a engaño: «Por las jotas que perdimos» y las raciones enganchan a la media potencia. El paseo de cigalas, tan referido en las crónicas de antaño, se ha quedado en la mínima expresión, tanto que están en la vitrina de la boca de incendio: «ábrase en caso de extrema necesidad». Cada visita a la barra es una estocada en todo lo alto. Aunque para estocada de la Feria se perfila la de Joaquín Moeckel, abogado de la tauromaqui­a, que a todo con el que se cruza le endiña un recordator­io de la cuestación para la diadema de la Piedad del Baratillo.

El dinero que se disfruta es el mejor gastado. Como el de Javier un chico que ayer aprovechab­a la entrega de uno de los galardones (claveles) de la Prensa al Banco de Alimentos para entregar a su presidente Francisco Arteaga su hucha y la recaudació­n de su «cumpleaños solidario». Que lo apunten los del clasismo. Si esto es la Feria, así es Sevilla.

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