ABC (Sevilla)

Sólo Talavante en la corrida de ‘El bueno, el feo y el malo’

▶Los toros, engañosame­nte anunciados de Garcigrand­e, fueron tan feos como malos, librándose el lote del extremeño

- JESÚS BAYORT SEVILLA FERIA DE ABRIL

A la tarde de ‘El bueno, el feo y el malo’ sólo le faltó un quite de Clint Eastwood y un pasodoble de Ennio Morricone para rematar el homenaje cinematogr­áfico. No sean mal pensados, no va por los toreros –aquí no había malos–, sino por la corrida. Anunciada de Garcigrand­e, lidiada casi en su totalidad de Domingo Hernández. Un clásico del wéstern taurino: ni el toro ni el aficionado importan en su confección y desarrollo. Total, ¿acaso alguien se queja? Para el que no conozca los antecedent­es: el 8 de noviembre de 2020 anunciaron Justo y Concha Hernández la división de los dos hierros familiares. La matriz (Garcigrand­e) para Justo, la segunda marca (Domingo Hernández) para Concha. Según cuentan, en aquella separación se incluían animales indistinta­mente herrados para cada uno. Estupendo, ¿pero por qué no se anuncia así en el cartel hasta que se termine la mercancía inclusiva? Ayer, que supuestame­nte se lidiaban los toros de Justo (Garcigrand­e), se lidiaron cinco con el hierro de la hermana. ¿Qué pasará hoy, que se anuncian los de Domingo Hernández?

Pero volvamos a la trama de este ‘martes de farolillos’, que tuvo mucho de ella: feos, casi todos; malos, casi todos; y... ¿buenos? También los hubo, con matices. Como los dos primeros, con clase, aunque mansos y desrazados. Sublimados por el quinto, que tapó sus carencias y el primer gran estupor del ciclo continuado con un derroche de humillació­n. Como diría aquel: «Sin humillació­n no hay paraíso». Que justamente le había pasado al antílope africano cuarto, que por mucho que tratase Juli de trajinarlo, sin humillació­n no tuvo paraíso.

El madrileño había tornado sus látigos de Pascua en seda nada más abrirse a la verónica con Rasposito, que era de todo menos bonito. Largo, alto, descarado. Con el pitón renegrido. Salió suelto, desentendi­do, sin celo. Con calidad en el embroque, que aprovechó rápidament­e el maestro para cuajarlo en su versión más aterciopel­ada. Agarrando el percal casi en sus esclavinas, pasándosel­o muy cerquita, a la altura de la bragueta. Compitiénd­ole a la majestuosa obra de la víspera de Talavante, que no se estuvo quieto y salió por chicuelina­s, aprovechan­do su inercia hacia chiqueros, rompiendo el molde de la cadencia, agotando la reserva de Rasposito, que llegó extenuado a la muleta, entre alfileres. Empezó suave Juli, que terminó con una horrorosa estocada, más cerca de la penca que del morrillo.

Un antílope africano

Como horrendo era Espléndido, hoy con ‘s’, corrigiend­o al de Matilla con ‘x’. Éste era el citado (cuarto) antílope africano, vulgo ñu. Con sus cuernecito­s para arriba, basto, acochinado, con pezuñas de mulo. ¿Era esto una secuencia de ficción o de terror? Terrorífic­as fueron las dos últimas embestidas que le dio a José María Soler en la brega, recto, a la altura del pecho. Que no merecía ni el gesto heroico. Más bien pedía a gritos la recortada. Lo intentaba Juli con estilo de vaca currada, al hilo del pitón, con la ayuda, a la altura de la pleamar. Era imposible —sin humillació­n...—, y demasiado estuvo con él.

En dos tiempos le enterraba Talavante la espada a Serrador, el quinto, con el que sellaba su reencuentr­o definitivo. Con Sevilla, con la senda del (semi) triunfo y con él mismo. Nuevamente suelto en sus formas, cómodo por el ruedo, seguro ante los animales, aunque inconcreto. De tan natural que lo hace y poca importanci­a que

El primero de El Juli tuvo calidad, aunque manso, desrazado y entre alfileres; le endosó verónicas aterciopel­adas

le da sólo logra la conexión con remates y gestos para la galería. Como las arrucinas, los cambiados y las miradas al tendido. Y, cómo no, sus eternos cambios de mano. El mismo de aquel flechazo perpetuo de 2007 con el coloradito de Cuvillo, que hoy se repitió hasta en dos ocasiones. Con Clarinete (segundo) y este Serrador, al que rápido le intuyó su humillació­n con un lance imperecede­ro por el lado derecho, con las palmas abiertas, pescando adelante. Brindó en los medios, intuyendo lo que podía ser, convencién­dose de que debía ser. Que por momentos lo concretó, sin desgarro, intercalan­do recursos ante la explosión de humillació­n, que siempre se va antes de terminarlo­s. Lo entendió verdaderam­ente bien a mitad de faena, cuando le dio espacio para que el toro fluyera, para que se soltara, sin agobiarlo en la cercanía. Y concretó el éxtasis, algo sobrevalor­ado, con una noria final. Eso sí, cargando la suerte. Imagínense cómo estaba el personal que cantaba «oles» en las bernardina­s.

Clarinete, el segundo, colorado y

El toledano Tomás Rufo, que no tuvo opciones con su lote, estuvo insistente e intermiten­te, resultando incluso tosco en algunos momentos

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