ABC (Sevilla)

Letanía de la sangre

- IGNACIO CAMACHO

UNA RAYA EN EL AGUA

Qué clase de futuro se puede construir con los herederos de un proyecto levantado sobre ochociento­s muertos

NO preguntes por la repercusió­n electoral de esas listas de Bildu pobladas de asesinos. Eso es lo que ahora tienen los políticos en sus cabezas llenas de cálculos retorcidos. El 28 por la noche lo sabremos, y quizá no salgamos muy favorecido­s en ese autorretra­to moral colectivo. Tampoco sería la primera vez, acuérdate de aquel catorce de marzo, de la víspera de los sms, de las urnas convertida­s en armas arrojadiza­s de una pelea a muertazos. No caigas en el mismo error –es una palabra suave– de los candidatos. Simplement­e recuerda, que ya tienes suficiente edad para procesar la memoria de miedo y de rabia que acumulaste a lo largo de los años. Recuerda para no dejar que te reescriban el relato de tu propio pasado.

Recuerda aquella madrugada de enero, en Sevilla, cuando los coches de policía te cerraron el paso hacia la calle donde los cuerpos de Alberto y Ascen yacían sobre el asfalto. Recuerda el brindis con champán de De Juana Chaos. Recuerda el día en que quince personas –quince, las contaste– acompañaro­n a Rosa Díez y Agustín Ibarrola en la plaza Moyúa de Bilbao para protestar por un atentado. Habían matado al presidente de la Diputación de Zaragoza y la gente pasaba mirando la minimanife­stación entre gestos de indiferenc­ia: «Ya están ahí ésos», decían mientras meneaban con desdén la cabeza. Recuerda la moto reventada de Manuel Zamarreño, la mancha que dejó en los adoquines de Vitoria la sangre coagulada de Fernando Buesa.

Recuerda la foto indigna, con la ropa interior destrozada, de la madre de Irene Villa. Recuerda los dos días de angustia por Miguel Ángel Blanco, las velas encendidas en las noches de plegaria y vigilia. Recuerda el paso zombi de Ortega Lara tras escapar de su entierro en vida. Recuerda el paraguas de López de la Calle, los cadáveres de las niñas rescatados del cuartel de Vic en ruinas, la imagen del paisano de Vallecas gritando mientras portaba en brazos a un hombre que se desangraba por las heridas. Recuerda a tu padre escondiend­o el periódico para resguardar­te de la truculenci­a de las noticias. Recuerda a las víctimas que entrevista­ste sin imaginar, ni tú ni ellas, que lo serían.

Recuerda la taza de café a medio terminar de Joseba Pagaza, las grietas que durante décadas surcaban las fachadas de las viviendas de la glorieta de República Dominicana. Recuerda al fiscal Portero tirado en el portal de su casa de Granada. Y luego, en vez de por los votos, pregúntate si hay derecho no ya a olvidar sino a reivindica­r todo eso. A considerar, siquiera de lejos, que haber participad­o en ese delirio criminal puede ser alguna clase de mérito. Pregúntate si se puede construir un futuro, o qué futuro, con tipos que se sienten y se declaran herederos de un proyecto levantado sobre ochociento­s muertos. No importa que conozcas de sobra la respuesta: te vendrá bien saberlo para intuir lo que te depara este tiempo.

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