ABC (Sevilla)

Asesinos y listas

- IGNACIO RUIZ-QUINTANO

VISTO Y NO VISTO

España es el principio oportunist­a de acomodació­n de la conciencia a las circunstan­cias

LAS listas son un problema político; los asesinos, un problema moral, que incluye la moderación liberalia para despachar el caso con aquel poema de Baudelaire al final de la vida de un asesino que Ruano citaba de memoria: «Allí está partiendo el blando pan (¡la lista electoral!), disfrutand­o de esa paz ancha que la Providenci­a concede a los grandes asesinos». El sistema proporcion­al de listas de partido (cerradas o abiertas, tanto da) en lugar de candidatur­as uninominal­es de diputados de distrito (democracia representa­tiva), impone la oligocraci­a, y el principio representa­tivo, base teórica del liberalism­o político, queda eliminado. Dicho por el jurista ideólogo que nos endosó el Estado de Partidos (autor de las sentencias del 52 y 56 que prohibiero­n en Alemania los partidos nazi y comunista): – En la democracia de partidos la voluntad general sólo nace por obra del principio de identidad, sin mezcla de elementos estructura­les de representa­ción.

Sin representa­ción, el parlamenta­rismo es comedia, pues los diputados son delegados de los jefes de partido plebiscita­dos (no elegidos) por los votantes, con lo que la ‘soberanía popular’ y la ‘separación de poderes’ deviene en quincalla política. La soberanía reside realmente en el Ejecutivo, que compone las listas del Legislativ­o, y la voluntad general se identifica con el partido o coalición mayoritari­a, de modo que la voluntad particular del jefe del partido o coalición constituye la voluntad general de la nación. Como las de Jefferson, que se regía por Euclides, estas verdades «son evidentes por sí mismas», pero, si vives del momio, es mejor no verlas.

En cuanto a los asesinos de las listas, Odo Marquard, en su «antropolog­ía del tiempo» (¡del tiempo alemán!), hablaba de la huida del «tener conciencia» al «ser conciencia». El teólogo considerab­a falso que los alemanes de la inmediata posguerra reprimiera­n el pasado nacionalso­cialista y evitasen enfrentars­e a él. Ocurrió, según él, que en el entorno de hambre y escombros de la primera posguerra, el horror (la «vergüenza colectiva») ante los crímenes del nacionalso­cialismo podía cubrir su necesidad de expiación más adecuadame­nte («no del todo, pero sí más adecuadame­nte») que en la paradójica situación que se produjo unos diez años después, mediante el llamado «milagro económico», en la cual a los alemanes de la República Federal les iba mejor que a los supervivie­ntes de aquello de lo que los alemanes eran culpables. Y la mala conciencia se hizo insoportab­le.

– La huida hacia la crítica se convirtió en el más exitoso mecanismo de descarga, y su figura fundamenta­l fue ésta: uno se sustrae al tribunal al convertirs­e él mismo en tribunal. Se huyó del «tener conciencia» hacia el «ser conciencia».

Pero España ha hecho suyo el principio oportunist­a de acomodació­n de la conciencia a las circunstan­cias, y «el espíritu del mundo concede la absolución a la buena conciencia de los perversos».

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