El dictador sirio, Bashar al Assad, estrella de la cumbre de la Liga Árabe
▸ Los regímenes de la región admiten con pragmatismo su victoria en la guerra civil que asoló su país
En clara alusión a China, insistieron en que «cualquier intento de cambiar el estado actual por la fuerza en el Indopacífico, especialmente en el este de Asia, no debe ser tolerado». Aunque ambos confirmaron la «importancia de colaborar con China», también destacaron el mantenimiento de «la paz y estabilidad en el estrecho de Taiwán y animaron a la resolución pacífica de sus asuntos».
Con tan serias advertencias, la cumbre del G-7 arranca este vienes en Hiroshima en medio de uno de los mayores momentos de tensión internacional desde la Segunda Guerra Mundial. Para que no se repita una hecatombe similar, el primer día de la reunión empieza con una visita al Museo de la Paz, que muestra el horror de la primera bomba atómica con toda la crudeza de las fotos tomadas entonces y de los testimonios y objetos personales de los ‘hibakusha’.
Así se denomina a sus supervivientes, como Sadae Kasaoka, que fue testigo de aquel horror con 12 años y a quien la bomba le arrebató a sus padres. Viuda de otro ‘hibakusha’ que falleció de cáncer a los ocho años de casarse, su voz suena hoy más necesaria que nunca: «Espero que los dirigentes del G-7 conozcan y sientan la ciudad de Hiroshima para lanzar un mensaje contra la guerra y las armas nucleares, y por la paz no solo en Japón, sino en todo el mundo».
Bashar al Assad, el dictador hijo de dictador aislado desde hace doce años por sus vecinos árabes en el arranque de la guerra civil de Siria, regresa hoy a la foto de familia con aureola de estrella de rock.
La cumbre de la Liga Árabe –de la que el régimen de Damasco fue expulsada en los comienzos del conflicto sirio– contará con la presencia de Al Assad en la ciudad saudí de Yedah, para escenificar la reconciliación. El dictador de Damasco se abrazará y se retratará con reyes y presidentes que durante más de una década intentaron derrocarle.
La cumbre de Yedah será la constatación de que Bashar al Assad es el vencedor de la guerra –que aún no ha terminado porque quedan territorios en Siria en manos de los rebeldes–; y un reconocimiento al único superviviente de la serie de revoluciones prodemocracia conocidas como la Primavera Árabe, que pronto fueron secuestradas por los movimientos islamistas.
¿Por qué se han plegado los regímenes árabes a sellar la paz con quien hasta ahora consideraban un ‘paria’? La razón formal es el pragmatismo político, la necesidad de garantizar la seguridad en Oriente Próximo por encima del respeto a la democracia y los derechos humanos por parte del régimen de Damasco. Una preocupación por lo demás que tampoco quita el sueño a los vecinos de Siria.
En el seno de la Liga Árabe Qatar y Kuwait mantenían hasta hoy recelos respecto al regreso del régimen autoritario laico de Assad, pero por razones espurias. Pese a sus pequeñas dimensiones, Qatar sigue aspirando a tener un papel protagonista en la región, gracias a su fuerza financiera y a la influyente cadena televisiva Al Yazira; pero ha terminado aceptando el dictado de Arabia Saudí, líder regional por su condición de guardiana de los lugares santos y primera potencia petrolera.
La rehabilitación del régimen sirio es mala noticia para Occidente, en particular para Estados Unidos, en proceso de franca retirada militar de la región bajo la Administración Biden.
Rusia tiene dos bases militares en Siria: una naval en Tartus y una aérea en Latakia, que albergan unos 4.000 soldados en el país árabe y una treintena de aviones y helicópteros, según datos del ‘Military Balance 2023’.
Assad, claro está, ha apoyado a Putin en Ucrania. El 15 de marzo trasladó personalmente este apoyo en Moscú, en su primera visita desde el inicio de la guerra. Tildó a los ucranianos de «nuevos y viejos nazis».
El éxito de Bashar al Assad se debe en gran medida a su falta de escrúpulos en la lucha contra los rebeldes –la ONU le acusa de haber utilizado armas químicas en al menos dos docenas de ocasiones–, pero sobre todo a la ayuda económica y militar por parte de Rusia y de Irán. El régimen de Putin siente el éxito de Assad como un triunfo propio, y cuenta con Damasco para jugar en el tablero de Oriente Próximo.
El regreso de Siria a la Liga Árabe no está exento de tensiones. Todos los países vecinos, en particular el Líbano, desean presionar a partir de ahora a Damasco para que organice el retorno de los refugiados por la guerra, que se hacinan en campamentos al otro lado de las fronteras de Siria. Se estima que los doce años de guerra civil han dejado 350.000 muertos, seis millones de refugiados en países vecinos –de modo especial en Turquía, Jordania y Líbano–, y otros seis millones de desplazados internos.