ABC (Sevilla)

Los de colorado son los nuestros

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El color rojo más primitivo provenía de la arcilla. Con ella, nuestros ancestros se pintaban los cuerpos para sus danzas rituales. El lomo de los esquemátic­os bisontes de las pinturas rupestres, como los de las cuevas de Altamira, tienen ese color rojo primigenio. Al pintar los bisontes, el hombre primitivo convocaba el espíritu de los animales, conjuraba cazas propicias. El rojo lleva implícito el espíritu de la caza, pero también el de la locura. Los rojos de Matisse, de tan inflamados, parece que se vayan a salir del cuadro, pero mucho más agresivos y dementes son los del loco Van Gogh. Es un rojo que te zarandea, que te conduce irremisibl­emente a la acción.

En los rojos de Van Gogh, el lienzo muchas veces parece que grita. Es un rojo agresivo, que produce angustia, que invita al grito. Rojo de locura y rojo de pasión. Cuando Gene Wilder contemplab­a a Kelly LeBrock, la mujer de rojo, mientras su vestido rojo dejaba al desnudo sus impresiona­ntes piernas, el protagonis­ta perdía la cabeza. En aquella película sonaba una canción imborrable de Stevie Wonder: solo te llamé para decirte que te quiero.

Muchos rojos fueron peligrosos. El rojo cinabrio debe su nombre a este mineral, un sulfuro de mercurio altamente tóxico. Que, sin embargo, sobrevivió a los rigores volcánicos: aún es perceptibl­e en murales romanos de la devastada Pompeya. El rojo más precioso y más delicioso es el del atún rojo de almadraba. Que no se come en ningún sitio del mundo como en Zahara de los Atunes. Allí los atardecere­s también son rojos, en las inigualabl­es puestas de sol del verano, placentero­s ensayos diarios del fin del mundo.

El rojo es violento, apasionado, hermoso y por supuesto necesario. Corre por nuestras venas y nos hace vivir. Pero que nadie diga que la esperanza es atributo del verde. El rojo también es esperanza. Era rojo el único color de La Lista de Schindler, aquel poema doloroso sobre el exterminio nazi en blanco y negro. Lo llevaba una niña en su vestido, que simbolizab­a la esperanza ante un mundo en descomposi­ción.

Eso fue ayer, eso es hoy el Sevilla: el entusiasmo por un nuevo sueño. «El rojo sol de un sueño en el Oriente asoma», escribió Machado. Si hubiera sido escrito hoy, cualquiera podría pensar que se refería al Sevilla viajando a Budapest.

Fue roja la noche de ayer en el SánchezPiz­juán. Rojos los colores de toda la grada, rojo el corazón y el sentimient­o de toda una afición, animando a un equipo que vestía de rojo por dentro y por fuera.

Nunca sonó tan rojo como anoche el himno con el que el Sánchez Pizjuán acostumbra a presentar a sus jugadores, el Highway to Hell de AC/DC. Porque rojo es también el infierno, que es lo que era ayer el Sánchez-Pizjuán.

Los de colorado, como dejó dicho Bilaro, eran los nuestros. Ellos, la Juve, normalment­e de negro y blanco, comparecie­ron de rosa. Rosa como la maglia rosa de su Giro, para nosotros más bien rojo desteñido.

Pero, como nosotros, salieron a ganar. Después de la ida en Turín, muchos pensamos que la vuelta en casa iba a ser pan comido. Pero los de Allegri salieron con mucha hambre. Era un equipo grande, que tuvo numerosas ocasiones de gol en el primer tiempo; tantas, como pudo tener el Sevilla. En el minuto 64, el campo se quedó absolutame­nte mudo con el gol de la Juventus. Pero tardó poco en reaccionar el Sevilla, con una contestaci­ón en el minuto 71 a cargo de Suso que recompuso la locura. Con el empate llegamos a la prórroga, y tocaba seguir sufriendo. Daba mucho coraje ser ayer del Sevilla F.C. Porque, desde el prisma de un espectador imparcial e impermeabl­e al sufrimient­o, lo que se vio en el Sánchez Pizjuán fue un encuentro precioso. Al poco del comienzo de la prórroga vino el gol de Lamela que convirtió definitiva­mente el estadio en un manicomio. El manicomio de Nervión.

Rojo como la sangre de las más de 40.000 almas cuyo corazón latía desbocado suplicando el pitido final en el estadio. Como la sangre de todos aquellos sevillista­s que seguían el encuentro desde sus hogares o en la diáspora. Como el color con que nuestros ancestros pintaban los búfalos para estimulars­e antes de salir de caza. Como los lienzos inflamados de Van Gogh, aquel loco que, en su locura, se cortó su propia oreja. «Lo que el color es en un cuadro, el entusiasmo es en la vida», dejó dicho aquel genio, al que precisamen­te todos conocemos como el loco del pelo rojo.

En el manicomio de Nervión se desató otra vez la locura. Locura roja de un nuevo sueño por cumplir. Nadie, nadie, la quiere como nosotros

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Navas, Fernando y EnNesyri celebran con Suso el tanto del gaditano // MANUEL GÓMEZ

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