ABC (Sevilla)

Secun de la Rosa: «En pareja me gustan los detalles, pero no soy un ñoño»

▸El actor nos habla de su infancia, del amor, de sus proyectos profesiona­les y nos revela algunos de sus secretos La foto: el niño del barrio del extrarradi­o de Barcelona

- ANTONIO ALBERT

Hubo un tiempo en que Secundino de la Rosa quiso ser Sergio Márquez, un nombre artístico que finalmente desechó como desechó las fantasías con las que adornó su pasado cuando llegó a Madrid: que si sus padres eran reputados psicólogos, que si fue miembro de Parchís. «No es que yo fuera mentiroso compulsivo, es que en la escuela de teatro de Cristina Rota nos pedían que fuéramos creativos», aseguraba, hasta que descubrió que la vida, su vida, era más interesant­e que la ficción: fue dependient­e en una tienda 24 horas y compartía pizza con un cliente muy simpático, el por entonces desconocid­o Daniel Guzmán; su compañero de mostrador, Santiago Lorenzo, lo dejó todo y acabó en un pueblo de Segovia al que se fueron a vivir los padres de Secun y donde escribió un ‘ best seller’, ‘Los asquerosos’, que acabaría protagoniz­ando el actor en su versión teatral ¿No es acaso digno de una película? O cuando llegó a sus manos un documental sobre la emigración de los ‘nous barris’ de Barcelona, en el que salía de pequeño, y que le llevó a investigar sobre aquellos tiempos, descubrien­do lo que sucedía en la piscina de sal a la que acudían ‘putas, maricones, travestis y artistas del Paralelo’ y que le han inspirado el aplaudido monólogo con el que llega a Madrid, ‘Las piscinas de la Barcelonet­a’, «un homenaje a toda esa gente de la contracult­ura que luchó por la libertad para cambiar un mundo el que no se quiso integrar». Ahora, la obra se va a convertir en una serie de televisión.

Secun se considera muy cabezota: «No sé si tengo talento, pero a base de cabezonerí­a acabo aprendiend­o. Soy sensible, intuitivo, sin filtros. Valoro la amistad por encima de todo». Si quiere a alguien, se entrega por completo. Él, que creía que nunca encontrarí­a a nadie, –«segurament­e lo pensaba porque no me quería lo suficiente»–, lleva quince años con Iván, su pareja: «Pero no estamos casados, vivimos en pecado. Tampoco nos hemos planteado tener hijos. Creo que hay de disfrutar de la vida con lo que tienes, con lo que te da. Soy menos romántico de lo que parece, pero todos los días tengo una palabra de amor. Me gustan los detalles, pero no soy un ñoño. No vamos cogidos de la mano».

A Secun le da paz la sensación del esfuerzo que le procura una dura pero satisfacto­ria jornada de trabajo y llega a casa cansado, pero feliz. Le encantan las escapadas rurales, charlar con su pareja, leer o ir al cine. Pero hay algo que le altera y le saca de quicio: «No soporto el egoísmo. Esas pequeñas mezquindad­es del día a día, la gente que empuja, que grita, que reacciona de manera violenta e injusta».

De pequeño, Secun se crio rodeado de mascotas, «pero ahora vivimos en el centro de Madrid. Me encantaría tener perro, pero es imposible». Le gusta tenerlo todo controlado para luego poder dejar espacio para alguna pequeña sorpresa, para la improvisac­ión. Todas sus pequeñas manías están relacionad­as con el teatro: pisa el escenario, le da las gracias mirando a las luces, se inventa rituales con cada función, le gusta dejar la casa impoluta antes de ponerse a escribir… Le sale la vena de artista que lleva dentro.

Isabel, su madre, lo abraza y Benjamín, su padre, sujeta su rostro para que el pequeño Secun no escape a la mirada del fotógrafo:

«Yo siempre fui muy tímido». Lo mostraban orgullosos a la cámara: «Amo a mis padres porque me dieron todo lo que pudieron. Recuerdo su empeño por cultivarse, su amor por la cultura y su compromiso. Lo he admirado siempre. Mi madre sigue acudiendo a las manifestac­iones del Día de la Mujer».

Era el primer hijo, el primer nieto, el primer niño que llegaba al barrio, en el extrarradi­o de Barcelona: «Lo recuerdo muy chulo porque había mucha comunidad. Estaban mis abuelos, mis tías y tíos, todos los vecinos eran amigos. La calle era sinónimo de libertad y felicidad. Había una explanada que hicimos nuestra y un descampado al que llamábamos ‘la parte del sol’, muy luminoso, donde jugábamos. Yo montaba obras de teatro y me inventaba juegos». Llegó su hermano pequeño y se sumó a la fiesta como uno más. Pero todo empezó a torcerse cuando se mudaron: «En el barrio nuevo se perdió la inocencia. Llegaron los navajeros, los quinquis, y yo acabé por quedarme en casa. Allí encontré mi mundo». Luego llegó el colegio, que tampoco fue el paraíso: «Llamarte Secundino de la Rosa en una escuela en la que pasan lista y eres un niño sensible no es fácil». Lo recuerda como «una etapa complicada porque no encontraba mi sitio. Al llegar el recreo solo podía elegir entre el fútbol y las chicas, pero yo no me veía en ninguno de esos mundos. Yo tenía el mío propio, fantasioso, aunque no lo viví como un sufrimient­o sino como una peculiarid­ad».

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Secun de la Rosa junto a sus padres // ABC
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Secun de la Rosa // GTRES

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