Sin héroes ni villanos
Ningún futbolista supo, pudo o quiso erigirse en protagonista en un choque cargado de tensión
Agrandes expectativas, grandes frustraciones. Se presentaba el Sevilla-Betis como el partido del año en la ciudad. Pero los dos equipos saltaron al césped del Sánchez-Pizjuán con más miedo por perder que con la intención de poner toda la carne en el asador para salir victoriosos. El empate no viene mal a ninguno. Y se notó. El Sevilla llegaba cansado después del partido europeo. Y el Betis pecó de prudencia, incluso de cobardía. Y en medio del conservadurismo, ningún jugador se mostró osado, dispuesto a arriesgar y a sorprender para marcar la diferencia.
El fútbol es un deporte de equipo y ciertamente en la memoria de los aficionados perduran las gestas de ciertas escuadras: el ‘ Dream Team’ comandado por Cruyff en el banquillo o el Milan de Arrigo Sacchi. No es impensable que los aficionados del futuro hablen encomiásticamente del Sevilla de Mendilibar y el Betis de Pellegrini. En dos meses o tres años de trabajo, respectivamente, ambos están consiguiendo logros notables. Sevilla y Betis son ahora bloques sólidos, equilibrados en todas sus líneas, solventes. Pero acaso ninguno de los dos tenga entre sus filas a un jugador excepcional, que rompa los moldes.
Como formamos parte de un colectivo en torno a unos colores y un escudo, nos emociona el espíritu de equipo, cuando vemos cómo once jugadores trabajan juntos solidariamente en pro de una meta común. Y ciertamente, los dos equipos jugaron organizados, concentrados, conscientes de que había algo más que tres puntos en lid.
Sin embargo, somos también individuos, de ahí que necesitemos identificarnos con algún jugador en particular. La memoria futbolística está poblada no solo de equipos sobresalientes, sino de jugadores que se erigieron en héroes. En muchos casos, ello no depende de una larga y fructífera carrera sino de que protagonizaron un hecho vital en el momento y el lugar adecuado. Palop no habrá sido el mejor guardameta que ha defendido la portería sevillista en su historia, pero unas cuantas actuaciones sensacionales en competiciones europeas fueron suficientes para que la afición nervionense le reservara un lugar privilegiado en la memoria. Jugar un papel determinante en un derbi suele ser el pasaporte para la eternidad. El pícaro gol de falta en el minuto 92 que marcó Beñat en el Pizjuán hace más de una década impide que los béticos le olviden.
En la antigua Grecia, el teatro, la mitología o el folclore demandaban sus respectivos héroes. La trama podía girar en torno a las hazañas de algún colectivo, pero resultaba esencial algún personaje idealizado cuyas acciones asombrosas le elevaran por encima del resto de mortales, como si se hallara en un punto intermedio entre los hombres y los dioses. Para los sevillistas, Lamela pudo erigirse en héroe del partido en el minuto 72, pero falló. Germán Pezzella, que perdió un balón permitiendo la contra del Sevilla, se hubiera convertido —para los béticos— en el villano del encuentro, si Lamela llega a acertar. Pero el 17 sevillista no supo definir ante Claudio Bravo.
El derbi no pasará a la historia. Porque, para que sea recordado, es imprescindible algún episodio inusual, impresionante. Joaquín saltó al terreno de juego en el minuto 80 y el público le dedicó los oprobios que el bético no oye en ningún campo de España. El que constituye un mito para el beticismo es, naturalmente, el supervillano para la hinchada sevillista.
Concurrían todos los ingredientes para un partido inolvidable. No faltó la tangana entre los futbolistas rivales, tras una entrada fea de Miranda, que se ganó la roja directa. Hubo tensión y garra, sobre todo en los últimos minutos, pero se echó en falta una genialidad de algún jugador que encarnara al héroe y, con ello, el partido se convirtiera en epopeya. Los empates a cero rara vez suelen alcanzar tal grado.