Llull devuelve la gloria al Madrid
▸Una legendaria canasta del escolta a falta de tres segundos para el final otorga al equipo blanco la undécima Copa de Europa de su historia
vares daba sus frutos, incómodo el caboverdiano en la zona por primera vez en mucho tiempo, aunque eso costase muchas faltas a los interiores griegos. Lideraban en el marcador los helenos pero el Madrid, témpano en el infierno griego, se mantenía a flote, siempre vivo, siempre beligerante. Era Hezonja la punta de lanza de los blancos, espectacular forma la del croata en esta Final Four, deliciosas sus coreografías, letales sus picotadas. A la vera del balcánico, el Chacho movía los hilos con maestría, el Madrid se organizaba en una efectiva zona en defensa y de la nada, la ventaja del Olympiacos, se esfumó. El partido era precioso, baloncesto muy atractivo, del que enamora con solo una mirada. Brillantes circulaciones, tiros liberados, genialidades individuales… solo tocaba aplaudir y apretar los dientes, porque la igualdad era máxima, dos gigantes a bofetada limpia por el trono de Europa. Lo dicho, una maravilla.
Tras la reanudación, se prolongó la excelencia, muy pocos fallos en ambos bandos mientras Vezenkov, reluciente MVP, seguía sumando puntos con una facilidad pasmosa, indetectable y multidisciplinar el búlgaro a la hora de perforar la canasta. Canaan continuaba con la mirilla muy afinada y los helenos volvieron a coger la batuta del encuentro. No se amilanaba el Madrid en cualquier caso, mucha calma y mente fría de los blancos pese al serio baloncesto de sus rivales. Muy bien Williams-Goss salvo por un error absurdo, pérdida de balón tras botarse en el pie. Era cuestión de tiempo, lo hemos visto muchas veces. Primero sobrevivir y luego asestar la estocada mortal, la fórmula del éxito de los blancos.
El partido era un embudo, no había fuga ni fuga de la fuga, un toma y daca de manual que solo podía conducir a un final de infarto, a un duelo en el abismo. Un destino que Vezenkov se empeñaba en evitar, espléndido el ala pívot durante todo el partido, aura de grandeza que consiguió transmitir a sus compañeros y que hacía que el Olympiacos fuese por delante en el marcador. Sin embargo, los de siempre, los veteranos, sacaban orgullo de donde no lo había. Un triple de Causeur y un dos más uno del Chacho dieron vida al Madrid cuando más amenazaban los de Bartzokas con salir disparados hacia la victoria.
La belleza que había monopolizado el duelo se evaporó en los últimos minutos. El agotamiento y el miedo hicieron acto de presencia, diabólicos comensales cuando se está decidiendo una Final Four. Laberinto en el que el Chacho siempre encontraba un pase o una canasta para empujar a sus compañeros. Apretaba como nunca la grada griega, se veían cerca del título. Canaan consiguió una vida extra al robarle un balón a Tavares cuando el africano se disponía a reventar el aro, gran acción que quedó en nada tras un triplazo del Chacho, Dios lo tenga en su gloria para siempre. Doce segundos y uno abajo, llegó el momento más importante de la temporada. Y todos sabían quién se iba a jugar el tiro. Recibió Llull, amagó en un bloqueo, penetró y lanzó un tiro en suspensión glorioso, que parecía que nunca iba a llegar al aro. El capitán anotó (fue su única canasta del partido) y el Madrid, tras un fallo de Sloukas, se convirtió en campeón de Europa. Nada es seguro en esta vida salvo que los blancos siempre pueden subirse a la cima de Europa. Han firmado los de Chus Mateo una de las epopeyas más épicas de siempre, superando a su propia historia. «Así gana el Madrid» fue lo último que se escuchó en la Euroliga 22-23.
PALMARÉS
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