La política y la antipolítica
Unzué llegó al Congreso, vio a cinco diputados y agradeció que estuvieran las cámaras encendidas: «Espero que esto quede grabado y nos escuchen». Así que las pantallas sirven para algo más que distraer, y es señalar, a veces con atino. Los parlamentarios y voceros tenían preparadas sus excusas burocráticas para no escuchar a los enfermos de ELA (la burocracia también es que te obliguen a dar tus datos en la puerta del hospital antes tratarte aunque se te caigan las lágrimas del dolor), pero todavía nadie ha logrado determinar cuál es el principio moral capaz de explicar que la proposición de ley que se aprobó hace casi dos años por unanimidad con las demandas de estos pacientes se bloqueara decenas de veces con enmiendas y aplazamientos para al final quedarse en tierra de nadie después unas elecciones convocadas con antelación para tratar de salvar los muebles, la casa y el sueldo de un Gobierno. Eso sí, después del histórico acuerdo entre derecha e izquierda, que casi quiebra la ley de la gravedad por la vía de urgencia, este sábado los disminuidos al fin desaparecen de la Constitución. Este principio moral sí me lo sé, por cansino: lo que no se nombra no existe. Aunque la realidad insiste, por suerte.
Hay quien ha definido la bronca de Unzué como antipolítica, quizás porque en el delirio resignificador de este siglo la política ya ha dejado de ser la gestión de los asuntos comunes para convertirse en el papeleo (de actor) que da de comer a unos pocos en nombre del progreso, que no es palpable pero sí respirable. Y sin embargo Unzué ha sido más político que los políticos y ha conseguido aquello con lo que sueña todo diputado, que no es tanto cambiar las cosas como fijar la agenda informativa: el reto no es mejorar el paisaje, algo dificilísimo para una sola legislatura, sino elegir la foto. La lógica de Instagram rige porque los representantes públicos se están convirtiendo poco a poco en ‘influencers’ de su partido, un trabajo a tiempo completo que te deja con el pulgar hecho polvo y tan mareado que no sabes distinguir un viral de una pandemia.
Lo bueno de un mensaje así es que nos recuerda que el Estado del bienestar no se define por cómo viven los que están bien, sino por cómo sufren los que están mal.