El caso Begoña Gómez y la pregunta de Ana Botella en 1996: «¿Hay damas de honor?»
llas a Soluciones de Gestión. Ni siquiera entonces, sabiendo el Gobierno de Armengol que esta empresa estaba siendo investigada por corrupción, movió ningún papel para exigir aunque fuera el sobrecoste de 2,6 millones por la diferencia de precio de la mascarilla servida (quirúrgica y no FFP2). Eso sí, endosó el pago a los fondos Feder ocultando que las mascarillas eran de mala calidad.
Poco antes de las elecciones autonómicas del 28 de mayo de 2023 y casi tres años después de la compra de las mascarillas, se despertaron las alarmas en el ejecutivo de la socialista. El 20 de marzo, el director general del IB-Salut, Manuel Palomino, con quien la empresa de la trama se había comunicado a su correo personal para ofrecerle el lote de mascarillas, como reveló ABC, envía un correo electrónico notificando que el material «no cumplía con los requerimientos de FFP2». Avanzó que tomaría las medidas oportunas «con el fin de resarcir al Servicio de Salud de la situación que ha ocasionada este hecho», sin mencionar reclamación ni importe alguno.
La versión de Armengol
Ya después del batacazo electoral de Armengol en mayo, Salud deja un informe sin ejecutar el último día de legislatura, el 6 de julio de 2023 y con un criterio beneficioso para Soluciones de Gestión SL, ya que exige sólo la diferencia del precio entre la mascarilla FFP2 pedida y la quirúrgica servida. En total, se propone una reclamación de 2,6 millones de euros y no los 3,7 (más gastos casi cuatro) que se han perdido por la falta de uso. El 24 de agosto, el Gobierno del PP presenta la reclamación formal.
Desde su escritorio ahora en el Congreso, Armengol alega que no reclamó antes a Soluciones de Gestión SL, investigada por la Audiencia Nacional, porque su Servicio de Salud estaba «saturado» y por la lentitud de la administración pública, queriendo tapar su pasividad. Pero su propia diligencia con el caso de Panaf Holding constata que la administración sacó tiempo y sí demostró una diligente rapidez en otros casos menos sangrantes para las arcas públicas.
La deuda de Panaf se trasladó a la Abogacía de la Comunidad Autónoma tras agotar todas las vías. La reclamación a la trama de Koldo se empezó el último día de legislatura. Y todavía siguen abiertas.
AFrancina Armengol Expresidenta de Baleares «Tenemos una administración que no es lo rápida y ágil que todos quisiéramos, colapsada porque teníamos los hospitales como los teníamos (...) y con funcionarios haciendo teletrabajo»
ANÁLISIS
primeros de mayo de 1996 fue el propio Felipe González quien enseñó a su sucesor, José María Aznar, el Palacio de la Moncloa. En esa visita estuvo también la esposa del futuro presidente, Ana Botella. El propio González se lo desveló al Rey Juan Carlos, que lo contaba así: —Felipe (González) me ha dicho que Ana Botella, al llegar a Moncloa, preguntó por la infraestructura de la señora del presidente ¡y que si tenía damas de honor!
El Rey Juan Carlos le contó este chascarrillo a su leal consejero
Emilio Alonso Manglano, padre de la Inteligencia española, y este lo anotó con letra clara en su agenda. La pregunta que hizo Botella es la mejor muestra del vacío legal que existe en torno a la figura del cónyuge del presidente del Gobierno, un asunto que está de plena actualidad por la actividad profesional de Begoña Gómez en el ámbito privado y por los posibles conflictos de intereses de su marido, Pedro Sánchez. El presidente del Gobierno no dejó de participar en los Consejos de Ministros que aprobaron ayudas públicas a Air Europa, compañía que mantenía relaciones con su esposa.
Después de 45 años de democracia y seis presidentes, se puede concluir que ese vacío legal propicia que sea el propio matrimonio quien decida el rol a desempeñar por la esposa, y aquí tiene importancia la personalidad del cónyuge. Veamos.
Carmen Romero y Ana Botella tuvieron ambición política y personalidad pública. La mujer de Felipe González consiguió acta de diputada por el PSOE en 1989 y la esposa de Aznar fue elegida concejal del Ayuntamiento de Madrid en 2003, en ambos casos con sus maridos en el cargo. En 2009, Romero reflexionó sobre el papel de la mujer del presidente en una entrevista en ‘Yo Dona’: «Por primera vez una mujer con trabajo propio, independiente, habitaba La Moncloa. No hay un estatuto especial para ser la mujer del presidente, sólo luchar por no dejar de ser tú misma». Botella se movía tan bien como personalidad pública que llegó a ser alcaldesa de Madrid.
Casos distintos son los de las siguientes dos cónyuges. Sonsoles Espinosa y Elvira Rodríguez tuvieron una presencia pública mucho más discreta. La mujer de Zapatero era la némesis de Botella: nunca estuvo cómoda en el papel cuché. La esposa de Rajoy es persona discreta y cuando llegó a La Moncloa renunció a su puesto de trabajo en Telefónica. Nunca volvió a trabajar, a pesar de que tuvo ofertas, porque así interpretó ella ese vacío legal: discreción.
Lo que hace, por tanto, distinta a Begoña Gómez es que es la única cónyuge de un jefe del Ejecutivo que en sus años durmiendo en el Palacio de la Moncloa ha crecido profesionalmente en el ámbito privado: liderar el Africa Center del Instituto de Empresa hasta 2022 y dirigir todavía hoy la cátedra extraordinaria de la UCM sobre Transformación Social Competitiva. Como en tantos otros asuntos de la vida constitucional española, Sánchez también ha estirado las costuras del sistema en este asunto y sigue sin dar explicaciones.
En el primer libro que le escribió la periodista Irene Lozano, ‘Manual de resistencia’, Sánchez desvela que la primera decisión que tomó como presidente fue cambiar el colchón de la cama matrimonial. Aparte de que la anécdota suena a licencia literaria porque ese cambio va de suyo en el relevo presidencial, Sánchez dice que lo hizo porque quería alejarse del criterio de Rajoy dado que el refranero dice que «dos que duermen en el mismo colchón se vuelven de la misma opinión».
Con la opinión pública preguntándose por primera vez en 45 años si la mujer del presidente se ha pasado de la raya, cabe reflexionar sobre dos asuntos: si la mujer del presidente debería tener «infraestructura», como preguntó ingenua Botella; o si la ley debería regular esa figura para que la persona que comparte colchón con el hombre más poderoso de España no actúe, como reflexionó Romero, con el único criterio de «seguir siendo ella misma». Porque eso deja un inmenso espacio a la arbitrariedad y a los conflictos de intereses. Y no es serio.