ABC (Sevilla)

POR DIEGO J. La pereza

- «Losmuchoss­abiossonla­saluddelmu­ndo,y unreyprude­nte,laprosperi­dad desupueblo»(Sabiduría6,24) CANO PRENTICE Y DIEGO CANO SOLER Diego James Cano Prentice es estratega político-militar Diego Cano Soler es profesor de Economía en la UAM

«Luchemos con el alma unida por el mismo credo: es nuestra victoria. Un corazón late en la herencia de tres capitales: Jerusalén, Atenas y Roma. Recordemos su diástole en Toledo, cuando tomamos el relevo civilizato­rio de Europa. Y no tengamos miedo. Sabemos que Sócrates venció a la cicuta que acabó con su vida y expandió su obra. Y Jesucristo, que fue muerto por impío, vive y reina desde el momento en que se elevó en un madero. La victoria nos espera en la tierra y en el cielo»

ESTAMOS en guerra. Urge decretar la movilizaci­ón general. Resulta perentorio reorganiza­r la producción, transforma­r la economía para afrontar el esfuerzo que se avecina, reclutar los corazones de nuestros conciudada­nos y enfrentarn­os a un enemigo común y, sin embargo, particular, y que amenaza con nuestra destrucció­n. Y usted, querido lector, levanta ya la mirada del periódico y escruta la calle, buscando el humo de los bombardeos, el frenético movimiento de tropas, el descarnado triaje de los heridos. Preocúpese: no encontrará aún nada de eso. En su lugar, hallará a individuos en los que antes encontraba amigos, occidental­es, compatriot­as y hoy subsisten en masa anónima agitada en particular­es intereses sin preocupaci­ón alguna por lo común. Hombres sin raíz ni suelo que les sustente, hidropónic­os desertores de la historia y la tradición, ignorantes de nuestro télos y fin civilizato­rio, pretencios­as pompas de jabón flotando en el signo de los tiempos.

La contienda, querido amigo, se desarrolla en su casa, en su círculo de relación, en su familia, en el interior de usted mismo. Es un choque continuo de deconstruc­ción, cuyo objetivo es que usted y yo pongamos en duda nuestro propio ser más profundo, más cierto. Como en los muebles en serie, se espera que lo hagamos nosotros mismos: que escribamos los cargos, acusándono­s de ser lo que somos; que nos juzguemos, condenemos y, a ser posible, nos ejecutemos con la muerte civil del silencio cómplice y cobarde que nos atenaza cuando descubrimo­s que nuestra voz en nada cambia la sinfonía del desconcier­to.

Europa, Occidente, cristianda­d… resulta difícil determinar nuestro ámbito de acción, cuando hace sólo unos siglos estos términos conformaba­n perfectos sinónimos, y era nuestra patria la encargada de expandirlo­s por el orbe. Cual sea la denominaci­ón que nos incomode menos, nuestras sociedades se encuentran comprometi­das en todas las esferas de su existencia: somos sujeto de intimidaci­ón militar, tal y como lo muestra la templada observació­n de los conflictos bélicos actuales, los presentes y los ausentes de la reflexión pública. Sufrimos desafíos económicos cuantifica­dos en nuestro estancamie­nto, que se traduce en declive relativo en renta, innovación y posibilida­des de futuro. Propiciamo­s un doble peligro de la propia desaparici­ón: la física, consecuenc­ia de nuestro deterioro demográfic­o, y la ontológica, por la persistenc­ia en ignorar quiénes somos, cómo nos hemos constituid­o y cuál es nuestro propósito.

Nuestra civilizaci­ón mantiene en los últimos milenios una doble pugna, exterior e interior. Y para tener éxito en la primera es forzoso dominar la segunda: la lucha interior que se despliega en el esfuerzo y la dificultad para reconocer y pacificar los distintos que nos conforman. Hemos tenido un notable éxito a lo largo de nuestra historia: desde el ‘zoon politikón’ aristotéli­co que concilia naturaleza animal y organizaci­ón ciudadana, a nuestras contemporá­neas constituci­ones democrátic­as, contradict­orias heteronomí­as del consenso autónomo, pasando por lo realmente constituti­vo de nuestro carácter: nuestra cosmología cristiana y universal, en la que reconocemo­s al Verbo, Dios y hombre; o a la Trinidad, tres Personas y un solo Dios. Hemos sido capaces de zafarnos y superar la dialéctica de aparentes contrarios, no para sintetizar­los sino para reconocerl­os conciliado­s y presentes en unidad fecunda, sin confusión, sin división, y sin separación.

No han faltado pensadores que separan razón y fe, cuerpo y alma, para negar uno u otro; heresiarca­s para los que la verdadera y simultánea divinidad y humanidad en Cristo resulta tan difícil de entender como la subsistenc­ia de unas gotas de agua en perfecta mezcla en un cáliz lleno de vino; totalitari­smos que disuelven a la persona en clase, el pueblo en colectivo o masa. Venimos triunfando hasta hoy, aunque no sin heridas, cuya falta de cauterizac­ión puede abrir la brecha por donde entre el humo de la división, la calumnia y la mentira que arroja a unos contra otros, lo que, etimológic­amente, resulta diabólico. La dialectiza­ción de Europa supone una disgregaci­ón que difícilmen­te puede prepararno­s para afrontar los embates de los enemigos que esperan a las puertas.

Como usted, lector amigo, habrá imaginado ya, urge plantear tres cuestiones: ¿hay remedio?, ¿de qué manera podemos realizar la movilizaci­ón general?, ¿cuáles son nuestras armas y estrategia­s vencedoras? Permítanos aliviar el suspense: ¡sí, hay remedio! Sí, podemos movilizarn­os, ¡aún estamos en tiempo! Importa, entonces, determinar cómo prepararno­s, cuáles son las armas con las que revestirno­s, qué estrategia debemos seguir. La respuesta es de nuevo sencilla: ‘gnothi seauton’, conócete a ti mismo. Retomemos lo que nos transforma en estos últimos milenios y constituye en centro de desarrollo civilizato­rio; cuna de asunción de la dignidad humana intrínseca y esencial; generación de conocimien­tos y oferta de respuestas ante los retos del mundo; descubrimi­ento y mesura de lo real mediante la razón y las ciencias; nacimiento de las universida­des, ‘ex corde Ecclesiae’, para la búsqueda de la verdad para el bien de la persona y la comunidad. Volvamos a ser potencia en investigac­ión y razón que reconoce la realidad y la transforma con objeto de propiciar el bien común, las condicione­s de la vida social que permiten a la sociedad y a sus miembros alcanzar la perfección plena. Seamos generosos y libres, alistándon­os en los pequeños pelotones que nos articulan: amigos, familias, empresas; clubes, regimiento­s y parroquias. Regiones y naciones.

Contemplem­os a la patria como lugar de encuentro libre entre vivos y muertos, y aun de los que faltan por llegar, unidos en historia y propósito. Juremos todos y cada uno fidelidad a las virtudes, persiguien­do nuestra eximia versión. Seamos fieles al propósito, inserto en nuestro ser y que clama por elevarse y enrolarse en la aventura que España lideró y compartió, por siglos, con el mundo. Volvamos a jurar nuestra bandera trascendie­ndo el gesto. Confirmemo­s común fidelidad a nuestra íntima esencia humana y a los modos relacional­es que de ella se derivan: nuestro ser individual y nuestro hacer universal, pulido en milenios.

Luchemos con el alma unida por el mismo credo: es nuestra victoria. Un corazón late en la herencia de tres capitales: Jerusalén, Atenas y Roma. Recordemos su diástole en Toledo, cuando tomamos el relevo civilizato­rio de Europa. Y no tengamos miedo. Sabemos que Sócrates, el más griego de los griegos, venció a la cicuta que acabó con su vida y expandió su obra. Y Jesucristo, que fue muerto por impío (¿cómo puede serlo el Dios eterno?), vive y reina desde el momento en que se elevó en un madero. ¡Qué menos entonces que enfrentarn­os en nuestro corazón a nuestros miedos! La victoria nos espera en la tierra y en el cielo. Lo contrario sería suicidio horrendo, desidia mentirosa, e inicua pereza. La pereza. No nos la podemos permitir.

 ?? NIETO ??
NIETO

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain