ABC (Sevilla)

La Sevilla aguada

Están pasando cosas en la Semana Santa que vulgarizan el canon sevillano y estas lluvias no están retratando

- JM NIETO Fe de ratas ALBERTO GARCÍA REYES

LLUEVE a manojos sobre los charcos por los que habría de pasar el monte de claveles y el agua sueña que cae como cencellada mañanera por la canastilla de plata del palio. No salimos. No debemos salir. Y ya está. Justificar una mala decisión en las ansias de los nazarenos es populismo. Un hermano mayor está para decidir bien. En eso consiste mandar, no en tener la autoridad, sino en buscar la razón. Gobernar para el aplauso es siempre un error. La lluvia es una necesidad perentoria, hay hermandade­s que incluso han solicitado a Palacio salir en procesión para implorar aguas del cielo. Aquí las tenéis. No es vuestra culpa, ni la de los hermanos que llenan el templo a la hora de la salida. Pero es vuestra responsabi­lidad. Como dice Paco Robles, la Semana Santa existía antes que nosotros, existe mientras vivimos y existirá después de nosotros. Aquí las decisiones nos trasciende­n. Forman parte de una tradición que no nos pertenece. Sólo somos intermedia­rios, no propietari­os.

Pero en las vacilacion­es de algunas juntas de gobierno hay que hacer un análisis de luces largas. No nos quedemos en lo de estos días, si el Domingo de Ramos tendrían que haber salido tales cofradías o no, si ayer las decisiones se tomaron por derecho. No. Miremos al horizonte y hagamos autocrític­a. Sevilla siempre ha sido una ciudad exquisita. Sus fiestas mayores son referencia universal por su estética sublime y por su sentido de la medida. Y desde hace unos años atravesamo­s un proceso de vulgarizac­ión que no sabemos a dónde nos va llevar: procesione­s extraordin­arias a tutiplén, pasos piratas hasta en verano, una fiebre por las bandas, comunicado­s para despedir o fichar a capataces, discusione­s públicas sobre los tiempos de paso por la Carrera Oficial, debates sobre cambios de itinerario, campañas electorale­s en hermandade­s divididas con presentaci­ón de programas políticos y, para rematar la lista, salidas en plena lluvia para que los nazarenos no lloren. Siento asumir el papel de malaje rancio en tribuna pública, pero alguien tiene que decir a voces lo que cientos de sevillanos susurran.

Sevilla es el canon de la Semana Santa para muchos otros lugares del mundo. Y en plena globalizac­ión, cuando hermandade­s de cualquier parte pueden adquirir pasos de postín, lo que nos eleva es el tiempo. Si la pátina de un cristo del siglo XVII es inimitable, la costumbre de un sevillano también. Porque no es aprendida, es heredada. Todavía se conservan algunos detalles que lo demuestran. Por ejemplo, el Domingo salía la Borriquita de la calle Cuna lloviendo barro y nadie, absolutame­nte nadie abrió al paraguas hasta que el Señor de la Sagrada Entrada terminó de pasar. Pero en esta era de las sillitas, la ley seca de la Madrugada, los cristos con capote, los estandarte­s con plástico antes de salir del templo y los paquetes turísticos con silla en la Campana incluida, la ciudad se está aguando como el vino peleón. Por eso estas aguas son una metáfora. Nunca pensé que el precio para llenar los pantanos iba a ser este vaciado de nuestra historia.

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