ABC (Sevilla)

En el Tiro

Todo apuntaba a lo que apuntaba, pero siempre está ahí ese resquicio de ilusión, ese interrogan­te en vilo por las paredes

- SANTI GIGLIOTTI

Antes y después, todo seguía siendo barrio. Y ese es el secreto de esta pasión que arrolla, que cala, que barre para casa y deja limpio hasta el último rincón del alma. Barrio de zaguanes abiertos, de vecinos acogiendo a vecinos, de lunes azules, grises o del color que sea. Amanecía fea la mañana, llovía como si el campo hubiera empezado a necesitar agua ahora. Todo apuntaba a lo que apuntaba, pero siempre está ahí ese resquicio de ilusión, ese interrogan­te en vilo por las paredes, grafitis invisibles que se pintan con los ojos. Las emociones atadas como las manos de quien manda en la avenida de Los Teatinos y aledaños, en esa ciudad cautiva dentro de la ciudad. No se obró la sorpresa, pero sí el milagro. La hermandad anunció que no salía a la calle y la quietud y los nervios rompieron en abrazos y besos fuera de la Parroquia.

Jarreaba fuerte, y el chavea del conjunto Versace falso y la cadena de oro trucha miraba hacia ninguna parte, con un dolor verdadero. Se agolpaban a las puertas de la sede una legión de paraguas de La Caixa y Cajasol, mochilas de ‘Tiana y el Sapo’ y ‘La Patrulla Canina’, corazones impermeabl­es esperando a que saliese de adentro su sangre. Se abrió la entrada y con ella también la herida de los besos capturados, salieron los nazarenos y era fácil intuir quienes se habían llevado su primera ‘puñalá’. Los papás los buscaban, un hermano viejo iba tocando cabezas: «no me lloréis, que esto es así». Pucheros, rechinar de dientes, bullicio. Y de fondo, los titulares, mirando el trasiego de su gente.

De allí no se movía nadie. La señora del pelo verde y los pendientes a juego buscaba junto a la nuera a su hijo, se les acercó una erasmus y les preguntó chapurrean­do si al final salía o no. Pues no ves que no, chiquilla. La extranjera, a la que no le pesaba el clima, les contó que vivía a dos calles y allí se quedaron las tres hasta que llegó el chaval. Ojú, si vienes empapaíto, toma las llaves, zumba hacia el garaje y mete los pies en agua caliente que nosotras queremos entrar a verlos. Espera, no te vayas, ¿quieres llevarte los bocatas?

Hombre, claro, ya que están hechos. Oye, mira a ver si puedes darle una estampa a esta muchacha que no es de aquí. Bajaba la pena en los antifaces negros por la calle Romero de Torres, iban mentando al diablo, que es como se reza en Sevilla cuando no sale El Cautivo. La banda metía los instrument­os en el autobús, de la casa de hermandad salía el humo de los cigarros de los costaleros, seguía lloviendo igual. Una abuela con el andador y los patucos movía los labios mientras miraba desde fuera los pasos. Después de la bala, El Tiro seguía siendo barrio.

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