ABC (Sevilla)

El Beso del sol

El Lunes Santo se arregló en el tiempo que fue desde que salió el Señor de la Redención y llovieron los pétalos a la Virgen del Rocío

- JAVIER MACÍAS

Todo se veía negro, plomo puro, envés del cielo dorado del Domingo, porque esta vez no había barro, pero sí más agua. Un nazareno de la Vera Cruz espera impasible a las puertas de los Baños de la Reina Mora a que le abran. Ha llegado demasiado pronto, y cae demasiada agua. El tiempo no pasa para él, inmóvil ante el aguacero. De repente da un brinco al escuchar a la chavalería anunciando la Buena Nueva. Salen San Gonzalo y la Redención. Pero no para de arrear el cielo. Sigue quieto, como la penumbra barroca de la tarde. Comienzan las tertulias del WhatsApp a discutir sobre las decisiones controvert­idas. El día anterior salieron cruz. Ayer salieron cara. Porque justo en el tiempo que fue desde que en Santiago se comunicó la decisión y el palio de la Virgen del Rocío se colocó en la plaza, el cielo se volvió azul. Fue el Beso del sol, que arregló un Lunes Santo que fue un milagro en plena Semana Santa borrascosa.

La cofradía de Santiago se apunta a los milagros. Entre la valentía y la insensatez andaban ayer los diretes, porque en estos días todos somos observador­es internacio­nales que repartimos carnés de sevillanía. Y claro, lo que un hermano de Santa Marta no compraría jamás, otro de la Redención lo acepta a rajatabla, por muchas dos horas de espera que le planten, por mucho que acabe mojándose. Y viceversa. Dualidades de una ciudad que, afortunada­mente, se mira a sí misma desde diversos prismas, como dijo el pregonero. Al final, ayer al Beso de Judas lo único que le llovió fueron los pétalos y un tímido chispeo al misterio cuando giraba delante del palacio de Villapanés. Nadie se puso nervioso porque era la cola de un frente que se alejaría, como gotas de un rocío previas al alba, aurora de la Semana Santa que ayer se proclamó minutos antes de las seis de la tarde.

Todo ocurrió en el Corral del Con

Decisiones

La cofradía de Santiago se apunta a los milagros. Entre la valentía y la insensatez andaban ayer los diretes

El momento Se empezó a ver azul por la torre de Santa Catalina. Sonaba ‘Orando al Padre’ en la vuelta, y conforme salía el paso apareció el sol

de, aquel antiguo vecindario del que hoy apenas quedan los retales del tiempo en la placa de un monumento a la memoria de Sevilla y en las fachadas de aquella ciudad costumbris­ta que vio nacer la Exposición. Allí, donde antaño vivían familias enteras compartien­do baño, hoy todos son pisos turísticos y hoteles de lujo. Y en medio pasó una cofradía que trae el peso del tiempo encima, aunque apenas tenga 69 años de vida. En aquellos balcones del Corral del Conde, donde crecieron generacion­es del barrio de Santiago, estaban los de siempre. Algunos de ellos testigos de los albores de la hermandad que impulsó don Eugenio Hernández Bastos.

El olivo llevaba el compás flamenco de siempre, le tiraban claveles desde los balcones y flores de todos los colores. Pero todo aún era gris, incertidum­bre que fue retirándos­e como los nubarrones. Porque caía una gota, y al tiempo otra. Se empezó a ver azul por la torre de Santa Catalina. Sonaba ‘Orando al Padre’ en la vuelta, y conforme salía el paso andando de costero largo por la de San Pedro apareció el sol, que como ese Judas con flores en la capucha, también besó al Señor.

En ese instante daba la luz en la fachada recién encalada de la iglesia de Santiago, que era como un espejo iluminado que rebotaba en los dorados del palio abierto. Lloraba todo el mundo cuando la Cruz Roja comenzó con el flautín y el tamboril con la Salve Rociera. Volcaban las cajas de pétalos sobre la malla, pero aún así entraba el sol, cruzaba la sombra serpentean­te del Cardo Máximo del barrio, y todo era ya azul inmaculado en el cielo al pasar por la embocadura de la calle Ave María, porque así lo quiso la Providenci­a.

Se paró el palio en el cruce de caminos que está justo delante de la torre mudéjar de Santa Catalina, envuelto aún en claroscuro­s. Y, al salir a las amplitudes, ya no había una sola nube, todo el negro se había disipado. Por el poniente se formaba el contraluz tan anhelado. Sonaba ‘Coronación’, la zambra que hoy tiene que servirle al Cerro para quitarle los dolores a la Semana Santa. Y justo en ese instante, llegaba la noticia: «Santa Marta sale». Las dos sevillas se abrazaban. Todo estaba arreglado, el Lunes Santo devolvía la luz a la ciudad y la esperanza, aunque sigamos cautivos del tiempo.

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// JUAN FLORES El misterio del Beso de Judas tras cruzar el dintel de su iglesia en la salida
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