ABC (Sevilla)

Dos extraños

Dios siempre deja cebos. Y en este caso fue la estampa que estaba mirando su hijo

- FRANCISCO J. LÓPEZ DE PAZ

Han pasado tantos años que ya ni se reconocen. Él era el típico niño del barrio señorial que había hecho lo mismo que todos sus colegas del colegio, acercarse a la cofradía e implicarse en ella. La casa de hermandad no sólo era el lugar de encuentro o el sitio en el que quedar por la tarde fuera cuaresma o no, para limpiar la plata o simplement­e para citarse con los amigos. La cofradía era la pandilla, el primer traje, la niña a la que le coges la mano, la gente con la que te ibas a ver la primera Semana Santa sin tus padres. Pasa la vida, y el niño se convierte en adolescent­e, el adolescent­e en joven y el joven en universita­rio. A medida que iba creciendo la escala de la vida, el tiempo para estar en la hermandad disminuía.

El joven terminó la carrera, se fue de Sevilla, se fue del país, formó su familia en una nación de la vieja Europa. El vínculo con su cofradía de San Esteban fue disolviénd­ose como el azúcar en el café. Cada vez era menos, hasta que un día dejó de recibir los boletines y la correspond­encia. Le habían dado de baja por los líos estos de los bancos. Era costumbre venir a Sevilla en Semana Santa a pasar los días de descanso. A sus hijos, que hablaban un castellano a veces poco entendible, se le ponían los ojos como platos cuando veían el espectácul­o multicolor de una cofradía en la calle, los globos, los caramelos de colores.... Pero año que pasaba, año que ese asombro se suavizaba. Ahora los días de descanso los pasaba en una playa cercana.

Un Martes Santo casualment­e estaba en Sevilla y quiso darse un paseo por el barrio y por la hermandad en la que pasó parte de su juventud. El olor le resultaba familiar, olor a flores y a cera y a esa mezcla de incienso que preparaban en la cofradía. ¿Dónde estaba ese chaval que un día fue? ¿En qué se reconocía? ¿En qué se desconocía? La hermandad y él ya eran dos extraños, dos desconocid­os que tuvieron en su día una historia de amor. Pero Dios siempre deja cebos. Y ese cebo fue la estampa que miraba fijamente uno de sus hijos. «Mi Señó», le dijo el chaval. ¿Dos extraños? La vida se te vuelve como un calcetín con gestos como estos que creemos casuales pero que no lo son.

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