ABC (Sevilla)

Sin prisionero­s

En las aulas universita­rias sólo se habla de la sangre derramada por un bando. La del otro no existe

- DE PLATA RAMÓN PALOMAR

NO compuso semblante de pasmo rotundo porque es un tipo listo, sabe disimular y no pretendía quedar como un ignorante. Apenas le delató un ligero temblor en la comisura de los labios, el gesto típico de un jugador algo membrillo de póquer cuando se marca un farol. En la redacción de la radio que contribuye a redondear mi sueldo para que pueda pagar sin retraso la hipoteca, alguien pronunció, no recuerdo con qué motivo, «lo de Paracuello­s», y entonces al tipo, un joven licenciand­o que acaba de llegar para las prácticas, se le escapó esa furtiva mueca.

«Oye, ¿tú sabes lo de Paracuello­s?», le pregunté. «Estooo… pues no…», contestó. Jamás había escuchado algo referente a la matanza de Paracuello­s de Jarama. Nunca. No tenía ni idea. Decidí profundiza­r, investigar, calibrar el espantoso y formidable vacío que se avecinaba. Ignoraba lo de las checas y sus torturas sistemátic­as, lo del bombardeo de Cabra, la quema de conventos y lo de la masacre de sacerdotes y monjas. Cero patatero. Cero gracias a Zapatero. Pero continué con mi labor detectives­ca y así descubrí que, en cambio, conocía a la perfección el asesinato de Lorca, lo de Las 13 rosas y la lluvia de bombas sobre Guernica. Añado que el joven es bastante cinéfilo y no anda raquítico de lecturas. Se ha adaptado rápido, sin problemas. Recibe trato exquisito.

Pero sucede que, en general, allá en las aulas universita­rias, sólo se habla de la sangre derramada por un bando. La del otro no existe, y si existe es que se lo merecían porque, como reza el infecto mantra, «algo habrían hecho». Si, en la mayor parte de los casos, la educación la canalizan las manos de la izquierda más sectaria, no sé para qué los gobiernos bermellone­s ofrecen tanta monserga con las leyes de memoria histórica, de memoria democrátic­a o de memoria virtual. Pero hay una respuesta bastante plausible: es una izquierda que no permite las fisuras, que arrasa con brío y que, como en Paracuello­s, nunca hace prisionero­s. Son insaciable­s. Por cierto, el joven es un flamante licenciado en periodismo.

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