Se buscan bullólogos
Quizás lo que precisa la ciudad no son tantas vallas, sino recuperar su sentido tradicional de convivencia callejera
Elas semanas previas a la Semana Santa se ha escrito mucho mucho sobre el intervencionismo del Ayuntamiento en los bares y poco sobre el hipercontrol municipal de las bullas. Si lo primero amenaza la sana costumbre de hacer una pausa en el éxodo urbano entre procesiones para tomar una cerveza, lo segundo está alterando el sentido tradicional de la bulla hispalense. El exceso de regulación del tránsito en la Semana Santa y la inflexibilidad en la aplicación de las normas está terminando por tener el efecto contrario, de forma que se originan tapones en lugares insospechados y la masa se atrofia en los vericuetos callejeros que debían de servir de escapatorias naturales.
El argumento del Ayuntamiento es el mismo que se utiliza para la ‘ley seca’ en la hostelería local: hay que velar por la seguridad. Igual que se impide beber para que no haya peleas, se restringe la movilidad para que no haya avalanchas. El intervencionismo es un fenómeno generalizado en los modelos de gestión pública de esta época que nos ha tocado vivir, y los gobernantes se obsesionan por imponer cómo debemos de hablar, qué debemos comer o cómo debemos relacionarnos.
La cuestión es que la ciudad ha forjado durante décadas un sofisticado protocolo de convivencia en estos eventos multitudinarios que se va perdiendo, ahogado por unas restricciones desmedidas y una masificación desaforada. El comportamiento en las grandes bullas ha sido siempre uno de los rasgos de indentidad de la sevillanía, y es lamentable cada vez se perciba menos en aglomeraciones como las que vivimos en estos días. Ocurre que este ‘savoir faire’ de la bulla se basa en conceptos como la paciencia, el respeto o la disciplina, poco vigentes en una sociedad que quiere todo de forma inmediata y con poco sacrificio.
A lo mejor lo que necesita esta ciudad no son tanto vallas, sino recuperar ese sentido tradicional de convivencia callejera. Inculcar el sentido de pertenencia a un colectivo y de implicación en una festividad que es de todos. Porque, más allá del sentido religioso con el que lo viva cada cual, la Semana Santa es un punto de encuentro de los ciudadanos, unas horas en las que decenas de miles de personas convivimos en un espacio común en el que compartimos recuerdos y emociones. En lugar de balizar los caminos para que transitemos por ellos como ganado, lo ideal sería formar a ‘bullólogos’ que hicieran proselitismo del arte de manejarse entre la multitud sin provocar incidentes. La ‘bullología’, de hecho, es una disciplina que debería impartirse en los colegios para garantizar la pervivencia de unos códigos urbanos acuñados en décadas de aglomeraciones y que definen a una ciudad que sabe divertirse en paz. Para la próxima Semana Santa añadiría un cuerpo de ‘bullólogos’, debidamente uniformados, al de la policía local y los bomberos. Funcionarían de escándalo. Hasta que los sindicatos convocasen la primera huelga, eso sí.