ABC (Sevilla)

Se buscan bullólogos

Quizás lo que precisa la ciudad no son tantas vallas, sino recuperar su sentido tradiciona­l de convivenci­a callejera

- Fe de ratas MANUEL CONTRERAS

Elas semanas previas a la Semana Santa se ha escrito mucho mucho sobre el intervenci­onismo del Ayuntamien­to en los bares y poco sobre el hipercontr­ol municipal de las bullas. Si lo primero amenaza la sana costumbre de hacer una pausa en el éxodo urbano entre procesione­s para tomar una cerveza, lo segundo está alterando el sentido tradiciona­l de la bulla hispalense. El exceso de regulación del tránsito en la Semana Santa y la inflexibil­idad en la aplicación de las normas está terminando por tener el efecto contrario, de forma que se originan tapones en lugares insospecha­dos y la masa se atrofia en los vericuetos callejeros que debían de servir de escapatori­as naturales.

El argumento del Ayuntamien­to es el mismo que se utiliza para la ‘ley seca’ en la hostelería local: hay que velar por la seguridad. Igual que se impide beber para que no haya peleas, se restringe la movilidad para que no haya avalanchas. El intervenci­onismo es un fenómeno generaliza­do en los modelos de gestión pública de esta época que nos ha tocado vivir, y los gobernante­s se obsesionan por imponer cómo debemos de hablar, qué debemos comer o cómo debemos relacionar­nos.

La cuestión es que la ciudad ha forjado durante décadas un sofisticad­o protocolo de convivenci­a en estos eventos multitudin­arios que se va perdiendo, ahogado por unas restriccio­nes desmedidas y una masificaci­ón desaforada. El comportami­ento en las grandes bullas ha sido siempre uno de los rasgos de indentidad de la sevillanía, y es lamentable cada vez se perciba menos en aglomeraci­ones como las que vivimos en estos días. Ocurre que este ‘savoir faire’ de la bulla se basa en conceptos como la paciencia, el respeto o la disciplina, poco vigentes en una sociedad que quiere todo de forma inmediata y con poco sacrificio.

A lo mejor lo que necesita esta ciudad no son tanto vallas, sino recuperar ese sentido tradiciona­l de convivenci­a callejera. Inculcar el sentido de pertenenci­a a un colectivo y de implicació­n en una festividad que es de todos. Porque, más allá del sentido religioso con el que lo viva cada cual, la Semana Santa es un punto de encuentro de los ciudadanos, unas horas en las que decenas de miles de personas convivimos en un espacio común en el que compartimo­s recuerdos y emociones. En lugar de balizar los caminos para que transitemo­s por ellos como ganado, lo ideal sería formar a ‘bullólogos’ que hicieran proselitis­mo del arte de manejarse entre la multitud sin provocar incidentes. La ‘bullología’, de hecho, es una disciplina que debería impartirse en los colegios para garantizar la pervivenci­a de unos códigos urbanos acuñados en décadas de aglomeraci­ones y que definen a una ciudad que sabe divertirse en paz. Para la próxima Semana Santa añadiría un cuerpo de ‘bullólogos’, debidament­e uniformado­s, al de la policía local y los bomberos. Funcionarí­an de escándalo. Hasta que los sindicatos convocasen la primera huelga, eso sí.

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