Un Dios humano
Esta tarde volveré a rezarle al Cristo de Burgos, conmovido de ver en ese imponente crucificado al Dios humano en el que quiero creer
ESTUDIÉ en un colegio muy cercano a las Setas, y muy próximo también al hotel en el que trabajaba mi padre, que nos llevaba en el coche. Llegábamos muy temprano, antes de que abriera el colegio, así que mis hermanos y yo nos metíamos en el único sitio en el que se podía entrar, que era la Iglesia de San Pedro. Hay recuerdos de la infancia que se conservan muy vivos. Y el de rezarle al Cristo de Burgos todas las mañanas, pidiéndole que me ayudara con los exámenes o con lo que fuera, es uno de ellos.
En mi casa siempre fuimos muy de rezar los unos por los otros. Mi madre nos enseñó. Cada vez que algo nos agobiaba, después de contarle nuestra tribulación al que fuera de la familia, le decíamos: «reza, por favor». Y así nos quedábamos más tranquilos. ¿Una mera superstición? Quizás. ¿Un simple mecanismo psicológico de defensa para ganar confianza? Es posible. No soy tan dogmático como para desechar las dudas. Al contrario: las hago mías. Pero me resulta muy llamativo que la autoestima goce de tanto predicamento en nuestra época y que la oración reciba paradójicamente todo su desprecio: ¿por qué, si la confianza que brindan ambas es de la misma naturaleza?
Si pensamiento mágico es creer que las cosas van a salir bien porque Dios es bueno y confío en Él, pensamiento mágico es creer que van a salir bien porque Yo soy bueno y confío en Mí. Con una doble diferencia, eso sí. Si es una superstición, la oración es un trampantojo inútil pero bellísimo, porque tiene todo el discreto atractivo de la humildad. En cambio, una gran autoestima puede revelar una vanidad insufrible y desajustada a los auténticos méritos. Chesterton estaba en lo cierto: a los mejores se les encuentra habitualmente entre quienes menos creen en sí mismos. Y esto enlaza con la segunda diferencia: la seguridad que proporciona la oración es menos engañosa, porque al cultivar la modestia induce paralelamente a la realización del máximo esfuerzo. Jamás se me hubiera ocurrido pedirle al Cristo de Burgos ayuda después de hacer el vago: se me habría caído la cara de vergüenza.
Feuerbach pensaba que la oración es una vana ilusión y que el Dios del cristianismo es la proyección de lo mejor de la condición humana: el hombre idealizado, por así decirlo. Podría ser. Lo que sí sé con certeza es que, entre todos los posibles dioses en los que creer, no se me ocurre ninguno mejor que aquel que represente lo mejor de nosotros mismos. No sé si el hombre ha inventado a Dios, como decía el genio alemán, pero, de existir algún dios, me gustaría Uno al que se le pudiera honrar, honrando al mismo tiempo a la razón y sentimiento humanos. Y por eso, y porque prefiero mil veces la actitud de quien duda de sus fuerzas que la del que sólo se inclina ante sí mismo, esta tarde volveré a rezarle al Cristo de Burgos, conmovido de ver en ese imponente crucificado al Dios humano en el que quiero creer.