Que se mueran las vacas
El anuncio de la falsa mantequilla sin vaca repite el mensaje antianimalista de la nueva taberna Garibaldi de Pablo Iglesias
DICE un anuncio de margarina que te saltes la vaca. ‘Skip the cow’. Más ecológico en inglés. Eso en la cartelería de las marquesinas. Hay también un ‘spot’ que interpela y por tanto, humaniza, a una vaca robot. «Lola, ¿has pensado por qué las plantas tienen que pasar primero por una vaca?». La publicidad es libre y creativa, tan creativa que al producto lo han llamado plantequilla. De la nueva versión de margarina, que es lo que se publicita, ni mu. Sospecho cuando quieren venderme algo pero me ocultan qué es.
Todo diseñador sabe que las copias son inevitables porque, de alguna forma, son el reflejo del triunfo de tu creación. Pero, ojo, contra las falsificaciones hay que levantarse en armas. En Francia lo tienen claro. Allí, como el respeto por la cocina es patrimonio nacional, se ha prohibido llamar ‘hamburguesa’ o ‘entrecot’ a los que no son de carne.
Eso que parece que se hace por la cocina, se hace por el consumidor y por los animales. La margarina que se viste de mantequilla atenta contra ambos. Al consumidor le da planta por leche. Al menos al que no sabe lo que come o al que se deja engañar. Al animal lo demoniza al considerarlo innecesario y subestimar una de sus, nuestras, funciones sublimes: dar leche. No veo el ecologismo en ensalzar lo artificial frente a lo natural.
El anuncio de la falsa mantequilla sin vaca repite el mensaje antianimalista de la nueva taberna Garibaldi de Pablo Iglesias. Allí han titulado la sección vegana ‘No me llames ternera’. No han dicho ‘no las mates’ o ‘come menos’, sino ‘no me llames’. Ya saben, lo que no se nombra, como lo que no sale en la tele, no existe.
Si no nos dieran leche o carne, ¿existirían entonces vacas, ovejas, cerdos? ¿Los acogería alguien en su casa? ¿Los mantendríamos en un zoo? ¿En un circo? ¿Quién iría a cuidarlos? No sé qué les han hecho estos mamíferos concretos a algunos para querer tanto su desaparición. Fíjense que no defienden con la misma intensidad a los topos cuyas madrigueras son arrasadas o los insectos que llevamos al cadalso con las cosechas.
Hay que reconocer que las vacas y las terneras son guapas, sí. Como los cerditos. Quizá es lo de la moral y la estética de Nietzsche aplicado a la huella de sangre y carbono. Me pregunto cómo se miden éstas, ¿en kilos de carne o en número de cerebros sacrificados? ¿La energía gastada para copiar productos que ya existen no contamina? De la mantequilla a la carne falsa, la industria pierde la cabeza por copiar. Menudo mercado ahí. Por eso quieren que nos saltemos las vacas. Que se mueran las vacas. Para ser ellos las vacas. Para no tener competencia. Pero es imposible. Ese es triunfo del mundo animal: la naturaleza se puede copiar, pero no se puede falsificar.